lunes, 11 de febrero de 2008

ACEITUNAS, MOJINOS Y BALAZOS

Quien lea el título creerá que es el mensaje publicitario del próximo juego "Grand Theft Auto, Fuengirola-Pozoblanco", pero no, no se asusten... son las tres palabras que podrían resumir mi último fin de semana cordobés en la Tierra (que apocalíptico yo).
Esta historia encuentra su inicio un viernes por la mañana en el que se puede situar a cierto evangelista en un AVE (que por cierto, vaya putada la del AVE, a ver... yo pago viaje y película... no viaje y créditos de película... ¿dónde están esos trenes que tardaban las dos horas del film?), un San Paco dormía placidamente apoyado en el cimbreante cristal de la ventana cuando de pronto, notó como el bolsillo del pantalón me vibraba... un mensaje de Toñín decía "hey hoy puedes salir? Plan: concierto GRATIS d mojinos en la corredera+campeon (l orden dlos factores no altera el producto).No hay papel higienico, Mike.Cnt" Mucha gente se preguntará a qué viene lo de "papel higiénico" y "Mike"... si alguien encuentra una respuesta... que la ponga en forma de comentario.
Apenas un cuarto de hora después de que mi móvil me hubiera dado el aviso toñiniano ya estaba paseando por la ciudad califal andaluza, pero por puro azar matemático me encontré con el emisor del mensaje andando si rumbo en buena compañía... éste dejó a la compañía un poco tirada (éso me llegó hermano) y nos fuimos a la Corredera en busca de un desayuno a las una de la tarde. No sentamos en una terraza desierta de camareros, por lo que decidimos cambiarnos de bar. Realizado el cambio, nos llegó una camarera a la que al final pedimos dos refrescos y una "tapita" de aceitunas, el sufijo "-ita" se lo tomó al pie de la letra y observando la forma curvilínea de nuestros cuerpos decidió que unas seis aceitunas eran suficientes. Gracias señora camarera por hacer resistencia a la obesidad en este país.
Terminamos de comentar los planes de esa noche y cada uno escogió su camino de vuelta a casa.
De nuevo me encontraba en estado de hibernación cuando aparecía en mi móvil la siguiente reseña: "Hey 20.30 en corte ingles. Cambio y corto.". Me hizo despertarme ya que eran cerca de las 19.15 de la tarde, vamos, lo que en Córdoba se llama una "pequeña siesta". Ducha rápida, ropa cómoda, zapatos a prueba de caminatas y un bonobús... todo listo.
Después de cinco minutos de espera estábamos todos los componentes de los PIB más la actuación especial de Don Manuel (antiguo profesor de informática de bachiller).
La Corredera estaba hasta los topes (una "jartá de peña" en cordobés), cuando las luces se encendieron apareciendo melenudos guitarreros haciendo ruidos sincronizados... y allí estaba... pecho al aire... rizos definidos... barba... capa negra... calzoncillos como atuendo... botas hasta las rodillas...EL SEVILLA, hacía su entrada. Posiblemente habrá sido uno de los mejores espectáculos a los que haya asistido... no por la dudosa calidad debatible de la música sino por los gags y chistes que hacían que mereciera la pena quedarse a la siguiente canción. Un saludo a Federico, gracias por deleitarnos con tus grandes solos.
El rugido del león de la Metro Goldwyn Mayer se quedaba en un leve sollozo felino al lado de nuestras ansias alimenticias... vislumbrábamos las diferentes posibilidades para saciar nuestros famélicos pensamientos... hartarnos de comer y algo barato... ¿que mejor solución a ésta ecuación que un self-service chino? Allí nos encontrábamos, cuatro personajes esperando el pistoletazo a hinchar nuestras barrigas hasta que el ombligo dejara de ser convexo (o cóncavo depende del lado de dónde se mire). Un evangelista fue el primer valiente en levantarse hacia la batalla... nadie sabía lo que caía en el plato... ingerir era la cuestión... el qué... eso no nos concernía ni interesaba. Pantalones desabrochados, cinturones abiertos, ojos enrojecidos de la gula... ya no había vuelta atrás... como se dice en estos lugares: “Hasta la banca rota, o si no entra, se pota”.
La camarera daba de forma frenética paseos por el pasillo central del local, intentaba echarnos con su incesante presencia; a cada plato que terminábamos, ella preguntaba “¿han terminado ya?” con un perfecto español asiático, el agarre de un nuevo plato le servía a la pobre mujer como negación a su cuestión. Dos tandas de postres y llegó el fin... bueno... el fin de la paciencia de la camarera. ¿Cuántos camareros asiáticos hacen falta para contar una cuenta en calderilla proveniente del bolsillo de Paco? Las respuesta es: dos. Una pareja de chinos se afanaban en contar monedillas minúsculas cobrizas con aparente destreza y desesperación. Un “venga, está bien” (traducible por “paso de contar más, me **** en los ******** estos de los españoles, ***** de ****”).
Nuestra siguiente parada fue el “El Campeón” dónde nos sirvieron brebajes mágicos cuya cualidad más sobresaliente eran las golosinas que se hallaban en el fondo de dichos vasos. Bueno, supongo que era eso.
Salimos de aquel tugurio y fuimos hacia dónde suelen finalizar últimamente casi todas las comidas de empresa de los PIB, el Café de la Luna. Duré más bien poco, mis párpados reclamaban un poco de descanso a aquel turbulento día.
Al día siguiente, un Manu y un Paco en un coche clorofílico de camino al cine. Digamos que esperamos cinco minutos al anglopib, mientras dos terceras partes del grupo comentábamos nuestras posibles posibilidades fílmicas, llegó Toñín y se confirmaron nuestras expectativas: íbamos a ver “Rambo”, si... Stallone sigue vivo.
Comida hipercalórica en estómago, decidimos hacer tiempo en los recreativos donde descubrimos la inminente peligrosidad de la mesa de aire y Manu y yo volvimos a aclarar ciertos problemas con los gordos del aparcamiento... que bien me siento con una escopeta de cañones recortados entre mis dedos.
Recuerda Manu, mata a los buitres y cuidado con la gente que sale de debajo del ascensor.
Rambo. Sólo una palabra de talante friki describe la situación “Laostia”. El argumento (si lo tuviera, así se llamaría) se basa en que el sesentón Rambo es un humilde barquero que se dedica a pescar carpas usando su arco para después ofrecérselas a los pobres monjes de las cercanías, que bueno y pacífico él. Un día recibe la visita de unos misioneros que poseen la intención de ascender el curso fluvial para llegar a zona de guerra y repartir medicinas entre los más necesitados. Rambo lleva a misioneros. Rambo deja a misioneros en campo de guerra. Rambo baja río. Rambo sigue vida normal. Rambo recibe visita de mercenarios, que tienen la intención de rescatar a los misioneros que previamente había subido. Rambo lleva a mercenarios a zona de guerra. Rambo decide, por la teoría del “ya que estamos...”, quedarse y echar una manilla en lo que haga falta. Allí vemos al longevo John, cuál Legolas se precie, haciendo ombligos a cuantos amarillos que se le aparecieran. Conclusión: si tienes un arco, unas cuantas flechas y un machete, puedes ganar la guerra asiática que te apetezca... si además vas andando tan tranquilamente por el campo y te encuentras, por casualidad, bombas de la Segunda Guerra Mundial sin explosionar, ametralladoras, camiones llenos de asiáticos armados... más que nada, para aumentar la espectacularidad... pues mucho mejor. Gran filosofía, y fe, la de este nuestro hombre.
Salimos de la gran sala oscura riéndonos de Rambo, Stallone y de nosotros por habernos gastado el dinero en aquella ****** (como me gustan los asteriscos).
Cada mochuelo acabó en su nido... y el resto es otra historia.
Seguiremos informando.

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