miércoles, 18 de noviembre de 2009

NOÉ ERA UN AFICIONADO

Hace un par de semanas me compré un pez, era una carpa de esas naranjas que regalan en las ferias por meter una pelotita dentro de una pecera. El animal fue comprado al mediodía y a las siete de la tarde flotaba su cadáver por su pequeño mundo, me comentaron mis compañeras de piso que se había muerto porque le había echado el agua directamente del grifo. Muy bien, mi pez se había muerto ahogado.
Al día siguiente, fui a la tienda de nuevo. El dependiente me reconoció al instante y en mi cara pudo percibir la grave pérdida, por lo que, para apaciguar mi lamento, realizó el sacramento de la extrema unción a otra carpa y me la regaló. La he llamado "Proyecto 2. Rocky", espero que el nombre le dé un poco de fuerza; por ahora, come de todo y sabe respirar debajo del agua. Muchos os estaréis preguntando por el nombre del primer pez, pero no me dio tiempo a ponerle un nombre, así que, de forma cariñosa, lo hemos denominado como "Proyecto 1. El Pez Tonto".
Y es que mi vida compartida con mascotas ha sido cuanto menos curiosa. Todavía me acuerdo de un pez negro y de ojos saltones llamado Óscar, que atacaba sistemáticamente a cualquier individuo que quisiéramos introducirle. De ello nos dimos cuenta al quinto o sexto pez. Y no, no era una piraña.
Un día apareció en mi casa mi padre con una cobaya, no dejaba de ser una rata sin rabo, pero me gustó. Sin embargo, lo que no le dijeron a mi progenitor es que el roedor estaba más bien embarazado. Allí que nació nuestro pequeño cobayo, para ser más concretos, la noche de Fin de Año, cuando mi padre preparaba el coche en aquella noche lluviosa y mi madre, ante la desesperación del momento, hacía gestos a su marido desde la puerta de la casa acerca del parto que se llevaba a cabo en el interior de mi hogar. Mi padre, absorto en su ingenuidad, recapacitó en todos los embarazos de la familia y yo era demasiado pequeño como para provocarle un quebradero de cabeza de tales dimensiones. Allí estaba nuestra bola de pelo ensangrentada, como si de un niño en el pesebre se tratara. Un pequeño Paco no quiso perderse ni un minuto de aquella primera noche en la vida de aquel animal, por eso, se llevó la jaula a la cena familiar para compartir el momento. Las cobayas vivieron prósperamente, tranquilas y viendo pasar la vida a un palmo del suelo.
Las tortugas tuvieron una fugaz intervención en el teatro de mi vida doméstica, de hecho, el papel más importante fue representado por Rafael, la tortuga de Florida, la TORTuga que murió de TORTículis, que paradoja. Mi hermano no concebía que el pequeño animal tuviera la necesidad de sacar su cabecita del caparazón, así que le obligaba a introducirla con su pequeño dedo índice acusador y asesino. Todavía se sigue preguntando, desde su lecho: "¿Quién me pone el dedo encima para que no levante cabeza? ¿Quién? ¿Quién? ¡Joder!". Yo lo sé, fue mi hermano.
Sin embargo, las fugas y el escapismo han sido protagonistas, en varias ocasiones, de la vida animal de mi hogar. Una vez, mis padres me regalaron por mi cumpleaños un loro caro raro que mordía; en menos de doce horas la jaula se encontraba vacía. Sin embargo, en cuanto a este aspecto, el máximo exponente lo encontré en una rana de esas verdes con ventosas en los dedos que adopté, era una mezcla entre Houdini y Pocholo, desaparecía quince días del terrario y volvía aparecer como quien no quiere la cosa, en una de esas escapadas me la encontré en el jardín del vecino, pero su internamiento duró poco, a los dos días regresó a las andadas. Su vida estuvo llena de idas y venidas, una mañana desapareció sin dejar huellas. Ya sabéis que desaparecer es deporte nacional, sólo tenéis que ver la televisión diez minutos para que haya desaparecido alguien. Todavía está el terrario, abierto, al lado de la ventana. Rana, vuelve cuando quieras, las puertas siguen abiertas.
Para terminar, me gustaría hacer mención a aquellos animales a los que no adopté, así como las arañas que crecen entre pelusas, las salamanquesas que permanecen estáticas en el quicio de la ventana... en especial, quisiera hacer mención a un animalito: La Rata Suicida. Una vez, intuimos que una rata se estaba colando en nuestra casa, por ello mi padre minó todo el cuarto de la lavadora con trampas como si del decorador de Indiana Jones se tratase, puso bolsas con veneno, cartones con grandes dosis de pegamento, cepos... mi padre siempre cuenta la escena como si él hubiera estado al lado del roedor de la siguiente forma: "La rata se introdujo silenciosa en la habitación, esquivó todas las trampas posibles con máxima inteligencia y agilidad, su misión estaba a punto de empezar. Buscó la bolsa de veneno, la abrió y empezó a ingerir aquellos trocitos letales. Sentía como el estómago empezaba a arderle, los músculos se fustigaban con pequeños temblores crecientes y la visión comenzaba a titubear, no podía pararse ahora. Se tambaleaba mientras llegaba al cepo, el cuál mordió y se cerró estrepitosamente, lo que le ayudó a tomar impulso para caer sobre el cartón embadurnado de pegamento. Ya había hecho todo lo que estaba en sus manos, pensaba mientras sus ojos perdían la poca vida que quedaba en sus pupilas. Estaba dando la vida por su comunidad, le daba igual que la tildaran de heroína, sólo buscaba que el resto de su familia no pasara por lo mismo que había pasado ella. La vida de rata es difícil, siempre viene bien que alguien te ayude. El roedor, con una sonrisa debajo de sus bigotes, expiró por última vez. Hizo lo que tenía que hacer." Mi padre la caracterizó como un bicho sin cerebro que se dejó llevar por la conjunción de la mala suerte, muchas trampas muy bien dispuestas y la casualidad; sin embargo, me gusta más pensar que fue el icono, la guía, el ejemplo, el William Wallace de las ratas... que no fue nada casual, ella estaba allí porque tenía que estarlo. Como dijo Albert Einstein: "La vida es hermosa, vivirla no es una casualidad."



Y a vosotros, ¿os ha pasado algo parecido?

sábado, 7 de noviembre de 2009

"PACO" ES MI NOMBRE, "MIEDO", MI APELLIDO.

Muchas veces te sientas tranquilamente, inspiras, expiras e intentas buscar una razón para dejar de estar tumbado en el sofá. Las ideas se te agolpan en la cabeza como una mera confusión de melodías sin concluir y piensas en misterios que nunca te paraste a pensar, como ¿por qué en los Cuatro Fantásticos aparece Jessica Alba y la hacen invisible? que lo hagan con la Cosa me parece mucho más acertado. O una pregunta que me atormenta en esas horas ¿por qué el Chef Tony corta con sus Cuchillos Corte Mágico una lata? ¿No sería más factible que el dinero de los cuchillos lo invirtiera en comprar comida más blanda?
Con el mismo sentimiento reflexioné la semana pasada, mientras transcurría la famosa noche de Jalouín. En la televisión se sucedían los especiales de dicha noche de los Simpsons, Iker Jiménez disfrutaba de su momento anual de gloria y los de la teletienda seguían vendiendo "mueve-michelines" con modelos que no necesitaban nada de eso. Viendo el panorama, decidí apagar mi querida caja tonta y pensar sobre el concepto del miedo.
Yo era aquel niño que pasaba las noches paseando por la habitación de sus padres, como si de una trinchera antifantasmas se tratara, sin hacer ruido, agarrado a su peluche sin nariz ni un ojo, esperando a los primeros rayos de luz o que alguno de mis padres se despertaran para convencerme de que en mi casa no podía introducirse ningún ser por la noche y yo les recriminaba a mis padres que cómo era posible que la casa seleccionara no dejar entrar a fantasmas y sí dejaba entrar a los Reyes Magos... con razón la limpiaban tanto, había que tenerla contenta. En cuanto a los fantasmas, más tarde me di cuenta de que los únicos fantasmas nocturnos son aquellos que llevan dos copas de más, no pueden mantenerse en pie, tienen que hacerse oftalmólogos para saber que las mujeres tienen ojos, son felices y dan vergüenza ajena.
Desde pequeño, pensé mucho sobre el significado de la palabra en cuestión ya que mi carácter era de tendencia miedica. El miedo no deja de ser una especie de incertidumbre hacia una situación futura en la que no sabes que pasará, por ello, si ya sabes lo que va a pasar, no hay cabida para el miedo. En el momento que formé mi teoría, mi miedo empezó a desvanecerse de mi vida. De todas formas, esta filosofía se complementaba con mi segunda tesis de "si ves algo que puede salir mal, lánzate... seguro que algo sale bien".
Mi vida mejoraba bastante cada noche, mi capacidad para dormirme aumentaba claramente hasta llegar al punto de ser el "camainómano" empedernido que soy. Mis padres se recrean contándome hazañas en las que debería haber perdido el control y haber gritado como Juana la Loca, por ejemplo, una noche el suelo de Córdoba tembló y mis padres me despertaron, cogieron a mi hermano pequeño y salieron de casa. En la calle, todo el vencindario se reunía para hacer recuento de daños y perjuicios, pero ¿dónde estaba Paquito? Mi padre, en un acto heroicidad desmedida, entró en mi hogar súbitamente en busca de su otro hijo gritando su nombre... un "que ya voy" le dirigió hacia le cuarto de baño y allí estaba yo, orinando, con el pantalón del pijama por los tobillos y los ojos todavía dormidos. Mi progenitor me reprochó que no hubiera salido en el momento y yo le argumenté que me resultaba indecoroso orinar en la calle, además si se hubiera caído la casa encima mía, me parecería incómodo aguantar escombros y una vejiga llena. Siempre me he preguntado por qué cada vez que había un corte de luz salíamos todos los vecinos a la calle, lo más atrayente del caso no es que salgamos, sino que nos preguntamos entre nosotros si se nos ha ido la luz... ¿acaso hay otra cosa mejor que hacer a las doce de la noche que salir con una vela y en pijama a la puerta de tu casa?
Sin duda alguna, la situación que más me ha erizado los pelos del brazo izquierdo fue una tarde solitaria. De pequeño, mis padres me regalaron un muñeco de grandes dimensiones con apariencia de abuelo, si le metías un pequeño disco por la espalda, te relataba con voz agradable el cuento de Pinocho. Ya sabéis que ocurre con los juguetes de la infancia... con el paso de los años se abandonan, hasta que llega tu hermano, decide que el muñeco tiene miopía, usa un bolígrafo para la intervención y el resultado se muestra mediante un muñeco con las cuencas oculares al aire con cierta apariencia satánica. Pues ya que os ofrecido dicho conocimiento del entorno os cuento la anécdota. Situaos, una tarde solitaria, un pequeño Paco haciendo las cosas que hacen los pacos y comienza a escuchar pequeños murmullos. Agarra la mejor arma que puede encontrar, es decir, una percha y comienza a recorrer la casa en calcetines para que el intruso no se percate de su presencia, que ahora que lo pienso, si hubiera tenido la oportunidad de encontrar al sujeto por la espalda ¿qué hago? ¿le cuelgo la chaqueta para que no se le arrugue? Mi mente comenzaba a jugarme malas pasadas, pensaba incluso que pudiera ser un fantasma, me extrañaba ya que apenas eran la seis de la tarde, aunque desconocía las normas del sindicato de fantasmas en cuanto a la jornada laboral, podía estar recuperando horas. Los armarios entreabiertos me llevaban a la locura, los abría con la percha y me cercioraba de que no hubiera nadie dentro. A medida que me acercaba a mi habitación, los murmullos se hacían más prominentes, la puerta entornada me daba paso a un escenario escalofriante, los rayos que traspasaban la persiana rebotaban en aquel muñeco que hablaba el lenguas muertas, sólo esperaba que le empezara a dar vueltas la cabeza... me aproximaba a aquella fuente de terror con curiosidad y lo golpee hacia el lado con mi arma contundente y allí estaba la culpable de todo... una pila mohosa casi gastada que daba el alma a aquella pesadilla. Sin energías, el muñeco volvió al letargo del que nunca debió despertar. Todavía me pregunto ¿por qué se accionó aquel muñeco justamente aquella tarde, después de años de silencio? Días después, me deshice del juguete, no de la forma de las que nos deshacemos de las cosas viejas, es decir, asilos y garajes, sino acabó en un contenedor de inertes... todavía sigo esperando a que vuelva para cobrarse su venganza... aquí lo esperaré con la percha en la mano.

Y a vosotros... ¿qué os ha pasado?

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