martes, 19 de julio de 2011

Sobreformación

Hace una par de semanas, el príncipe Felipe compareció ante los medios y apuntó que la mejor manera para salir de la crisis era aumentar la formación de los españoles. Absorto me quedé con esas palabras. Me explico, seguramente será una de las mejores soluciones y el infante tendrá razón. La formación de la población siempre es una solución, sobre todo cuando hay un entramado empresarial que sea capaz de absorber tal nivel de conocimientos y destrezas.
Dicen que en España todas las carreras universitarias tienen tres salidas: tierra, mar y aire. Y ¿por qué? Los licenciados, graduados y diplomados que decidimos quedarnos en nuestra tierra nos vemos obligados a recorrer empresas o a mendigar un apadrinaje. Muchos de nosotros nos vemos obligados a engordar nuestro currículum con másteres de dudoso objetivo y cursos periféricos con tal de "hacer algo" mientras la tormenta decide qué hacer con nosotros.
Otros deciden compaginar esa formación extra con otros trabajos para nada relacionados con la carrera del susodicho. Camareros, reponedores, azafatas, cajeros de grandes superficies... un alto porcentaje guarda un título como si el carnet de club Megatrix se tratase. Un día te lo hiciste, aunque ahora no te sirva. En ningún momento, denigro la labor de estos trabajadores, ya hayan caminado por la universidad o no hayan pasado de la ESO. Sin embargo, este conjunto de trabajos tiene el aliciente del tiempo a su favor. Los resultados están ahí, palpables a final de mes. Un factor que algunas ocasiones hace a los jóvenes olvidarse de sus cinco años de carrera para convertirlos en una anécdota o una identificación con una rama del saber.
En todas nuestras cabezas tenemos en mente la imagen de aquel que se sentaba al final de la clase en la escuela y repitió hasta que los profesores decidieron aprobarlo para darle billete. Después se metió en la empresa familiar de pequeño tamaño y con 17 años ya disfrutaba de su moto por las calles del barrio, mientras que hoy recorre las  calles con su coche propio recién comprado. Sin embargo, tú, señor universitario, ves que debes alabar a Dios por tener todas las semanas diez euros para comprarte un bonobús o echar gasolina al coche del abuelo -en el mejor de los casos-.Admito que es un estereotipo demasiado fácil aunque bastante ejemplificante. Con esta situación, intenta explicarle a un niño por qué debe seguir estudiando. Explícale que cuando termine la carrera será becario y que cuando deje de serlo alguien en la misma condición ocupará su puesto. Y si al niño le da por encender el televisor... mejor no le expliques nada y empieza a encender velas a todos los santos registrados por el Vaticano. 
Asistimos a una fuga de cerebros, mientras que los que se quedan dentro de nuestras fronteras comienzan a dar palos de ciego y agarrarse a cualquier situación con tal de obtener una línea más en el currículum. Me imagino esta situación como una sartén llena de granos de maíz: saltan de un lado a otro sin ton ni son hasta que los queman.
Por otro lado, tenemos a los opositores. En este caso, me remito a una conversación que tuve con una pareja de amigos alemanes, que les parecía inconcebible que la mayor meta de los españoles era trabajar para el Estado, algo que para ellos no era ni el Plan B. En Alemania, el funcionariado sólo es una alternativa para cuando todas las anteriores han fallado. Me hizo pensar.
Y llegados a este punto. ¿Qué? ¿seguimos dejando que los universitarios continúen huyendo? ¿las administraciones repartirán ayudas (reales) para la creación de empleo en vez de conceder sumas para la "contratación " de becarios? Ahora que estamos tocando fondo y que el barco se hunde, las ratas son las que deberían escapar, no los marineros.

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