miércoles, 9 de enero de 2008

UN PACO-HOMBRE EN PARÍS

Nervios… sudor… calor sofocante… un San Paco esperando un avión en el aeropuerto de Sevilla… corriendo entre maletas… Paco sofocado… no sólo por estar entre ciudadanos (por llamarlo de alguna forma) de la capital hispalense, sino por un avión que estaba a punto de irse. Una carrera por un pasillo de acordeón nos condujo hacia dos azafatas sonrientes en exceso que nos daban la bienvenida a aquel conjunto de metal que, en teoría, volaba. Una vuelta a la pista para hacer cuerpo, el acelerón de despegue y la típicas bromas de acojone que se dicen dentro de un avión: “no acelera, vamos, bajamos y le empujamos” o la más célebre, decir en voz alta “¿es normal que los tornillos de las alas salgan despedidos?”. Después de ciertas amenazas consideré que una siesta era la mejor forma de ocio en aquella lata de sardinas.
Un “señores pasajeros, hemos llegado a París media hora antes de lo previsto gracias a un viento a favor de cola, bienvenidos y gracias por confiar en Cutreair” me despejó de mi somnolencia al igual que al resto de viajeros.
A las puertas del aeródromo galo nos esperaba una furgoneta con los cristales tintados… nos montamos en ella… el conductor pone la radio… ¿por qué? ¿por qué a mí? ¿no había otra canción para empezar mi gira por la capital francesa que el “aserejé”?... lo que siempre ha soñado un cordobés… ir a París a escuchar a las Ketchup, como si no hubieran hecho suficiente daño ya en España. Volví a decidir que una siesta era la mejor forma de resistencia en esta guerra sonora.
El vehículo frenó delante de la puerta de un edificio mientras se escuchaba la canción de la camisa negra, bajamos las maletas y una francesa nos hacía señas desde un balcón… esa debía ser la base de operaciones durante nuestra estancia en aquella ciudad. Como primogénito de familia, recayó sobre mí la tarea de subir la maleta más pesada… asciendo por aquel conjunto torturante de escaleras, me abre la puerta la dueña de la casa en cuestión, al verme me pregunta : “Bonjour, comment ça va?” (algo así como “Ey, ¿cómo andas?”), a lo que yo respondo “ufffff… trés fatigué” (“joder, hecho mierda”).
El apartamento se podría decir que era de lo más bohemio y extraño. Estaba repleto de cuadros de desnudos femeninos que pintaba la misma dueña del piso, un piano en mitad del salón, una fuente en el centro del comedor… incluso me acostumbré a ir al servicio mientras me observaba una réplica de la Mona Lisa … dudo que ahora siga con su mítica sonrisa…Sin embargo, la zona que más quebraderos de cabeza me trajo fue la ducha, la cuál era de estas de última generación con multitud de palancas, chorritos… ahí se podía encontrar un Paco desnudo (no hagan uso de su imaginación) enfrente de aquella serie de palanquitas y demás accesorios diciendo “tú y yo nos vamos a llevar bien… quiero ducharme con agua caliente desde la alcachofa de arriba, sólo eso”… la ducha debo decir que se comportó.
Nuestro primer día consistió en una visita a los alrededores de nuestra zona. Para comenzar, nada mejor que una visita a lo que parecía un museo de arte contemporáneo, sin embargo, aquello más que un museo daba la impresión de ser una feria-convención de fontaneros, no me transmite tanta originalidad que se expongan las tuberías del lugar por fuera del edificio, se podría decir que era un edificio feo, en francés: “laid de couilles” (“feo de cojones”). La siguiente parada rememoraba una de las mayores ilusiones creadas por Disney, es decir, la catedral de Notre-Dame. No deja de ser una iglesia como todas las demás que podemos encontrar en cualquier ciudad de España: altar, bancos, gente durmiendo, un cura que no se entiende, confesionarios… lo que solemos llamar una parroquia de toda la vida. Y no encontré al gran protagonista, sin duda estamos hablando del mítico Jorobado de Notre-Dame, más bien el jorobado era yo, que, de nuevo, como buen primogénito, recayó sobre mí la misión de llevar la mochila cargada de folletos, bocadillos, cámaras… Para no perder la inercia eclesiástica, decidimos visitar una capilla, que para llegar hasta ella debíamos pasar por las puertas de la prefectura de policía de París, es decir, la comisaría más importante de la capital; como buenos españoles, no faltó en nuestras provisiones el jamón, el cuál se encontraba en mi mochila para estructurar el almuerzo de ese mismo día basado en bocadillos de dicho manjar ibérico; mi familia, haciendo uso del aprecio que me tienen, me habían introducido un cuchillo jamonero de una treintena de centímetros en mi querida mochila con la excusa de poder abrir el pan… mis congéneres ya había pasado los controles, dejando el plato fuerte para el final, es decir, a mi. Se supone que debía pasar un detector de metales, un escáner y un pastor alemán, con un cuchillo jamonero a mis espaldas… pues sí, lo siento, pero crucé todo tipo de pruebas con la máxima solvencia y nadie se percató de mi amenaza metálica. Sarkozy, sigue viajando… que con la seguridad que tienes en tu país…
Visita al Panteón (un cementerio para gente VIP de Francia: Víctor Hugo, Marie Curie, Voltaire, Alejandro Dumas, Dartacán…), fotos delante de la puerta de la casa de Víctor Hugo (eso es lo que ocurre por poner de guía a una profesora de literatura), visita a la tumba de Napoleón (en la que se encontraba el último uniforme que vistió el líder militar, casualmente del mismo tamaño que el uniforme marinero que me vistió el día de mi primera, y última, comunión)… y allí estaba… poderosa… sin percatarse del paso del tiempo… la gran Torre Eiffel, bueno, en verdad, este monumento no es más que un amasijo de hierros bien colocados, 328 escalones hasta la primera planta y seis euros un botellín de cerveza. Cómo podréis apreciar, tengo un buen, y sudoroso, recuerdo del ascenso a la cumbre de hojalata. Tras cientos de fotos de talante pseudoromántico de mis padres y tíos ante la torre, decidimos culminar la jornada con un paseo por aquel Guadalquivir grande llamado Sena. Nota: los franceses también hacen botellón, que después no los expongan como ejemplo en los medios para discriminar a los jóvenes españoles.
Versalles… no sé que tiene ese chalet que le gusta tanto al público… no es útil (por la noche tienes una necesidad fisiológica y tienes que coger un autobús hasta el servicio más cercano), hay demasiado espacio para limpiar, demasiado recargamiento (como se notan que los del Barroco sabían convivir con el polvo), camas demasiado altas y demasiado pequeñas, la mítica Galería de los Espejos (coño, poned cuadros y esculturas, para verme a mi ya hay suficiente tiempo y no he pagado por ello)… incluso los jardines son un desperdicio… tanto espacio y ni un perol ni una barbacoa… tocabas un poco de césped y llegaba un guardia con un silbato pegándote collejas… todo muy lógico. Donde se ponga una buena panceta en el campo…
Fuimos a lo que se llama el Sagrado Corazón, que es una iglesia (para no perder la costumbre) en medio del barrio bohemio francés por antonomasia… la típica plaza llena de pintores barrigudos con barba con sus atriles, los típicos caricaturistas… vamos, lo que aparece en cualquier obra de Renoir. Lo más importante de esa jornada, según mi percepción de lo “importante”, fue la visita a la calle donde se halla el famoso Moulin Rouge (“Mulán Rú” o “Molino Rojo”, dependiendo de las ganas de pensar de cada uno), esta calle llama la atención por su contraste entre locales: Mc Donalds, sexshops, salas de cine X, demás locales de dudosa reputación… vamos, la excusa perfecta: “¿Dónde has estado cariño?” ; “Nada mujer, que al niño se le antojó un Happy- Meal”… se acabó la frase “cariño, volveré tarde de la reunión”.
Un paco con gafas de sol buscaba desesperadamente sus gafas de ver en la leonera de su mochila, no estaban. “Houston, tenemos un problema, no tengo las gafas” alertó a mi progenitor de que algo fallaba, “yo no vuelvo” fue la gran respuesta esperada. No iba a quedarme sin ver el Louvre por un fallo de memoria. Metí la mano de nuevo en la mochila, encontrando de esta forma la solución al error. Se me podía observar correteando entre pasillos llenos de chinos y arte con mis gafas de sol graduadas, a cosas cómo esta se le denominan “perder el sentido del ridículo”. Media hora para el cierre… sólo queda una obra… la obra más emblemática de Leonardo Da Vinci…cierto evangelista pregunta a una mujer estrictamente uniformada de blanco y negro: “emmmmmmmmmmmmm…oú se trouve la Mona Lisa?” (“dios, ¿cómo se lo digo? ¿sabrá español? Venga Paco con dos cojones …¿Dónde anda la Mona Lisa?”), a lo que ella me contesta señalando un cartel que tenía a mi espalda. (NOTA: que una persona vaya trajeada de blanco y negro en un museo no significa que trabaje para el museo, puede ser otro turista igual que tú). Seguí los carteles indicados… y la encontré…allí estaba… sonriendo… incitándote con la mirada… sentí que me miraba… la vigilante de la Mona Lisa para que no hiciera fotos… detrás de ella se encontraba un papel del mismo tamaño que cualquier folio con una mujer cruzada de brazos y partiéndose la caja… ya se de que se ríe… de la cara de decepción que pones al ver el tamaño de la pintura y el bombo que se le da.
Por fin... llegó el último día en lo que se podría llamar “El Día” (no es por hacer propaganda gratuita de ningún periódico)... es decir... la jornada destinada a recorrer Disneyland París... misión: conocer a Pluto. Entramos... nos dejamos un riñón por entrada... y encontramos a Mickey y Minie, mi decisión de ignorarles creo que fue la más acertada, no me inspira confianza una pareja de ratones cuya única diferencia de sexo consiste en ponerse un lazo en la frente. Me introduje en aquel universo paralelo, en el lugar dónde no pasa el tiempo, el sitio en el cuál todo se detiene... la tienda de souvenirs... y allí estaba... tuve que comprarlo: una felpa de terciopelo con la orejas de Pluto, mi ídolo mediático(tuvo la valentía de ser el único animal del universo Disney que irba desnudo en cada capítulo, gran logro). Y allí iba yo... con mis pantalones pirata anchos, mi barba veraniega (es decir, “veraniega” porque en todo el verano no me acerqué a una cuchilla ni de lejos), mis gafas de sol, mi barriguita prominente, mi mochila y... mis orejas de Pluto. Vamos, los niños que me observaban no sabían si correr de miedo o echarse una foto conmigo. Lo encontré... lengua roja... collar rojo... orejas negras...cola negra... cuerpo marrón anaranjado. Nadé por aquel mar de niños imberbes que pedían insistentemente en todos los idiomas posibles un instantánea con el cánido animado. Ante la desesperación, agarré a mi prima pequeña y dije la frase “emmm... excuse-moi... ma prima veut hacerse une photo avec le chien”. Llegado el momento de la foto, aparté a mi prima en el último instante y aquí observo cada día ese momento: la foto de pareja de San Paco y Pluto. Que gran momento y que corto fue nuestro idilio.
No quedaban hojas en el calendario ni comida en el frigorífico para continuar nuestra andanza parisina... España nos llamaba de nuevo... debíamos volver...
Sé que en Francia nadie me entendió, nos timaron con muchas cosas, se come mal (es decir, sano), acabé muerto de cansancio... pero sin duda alguna... volveré un día de éstos... porque... “siempre nos quedará París”.

8 comentarios:

Cristina Sánchez dijo...

X-D

No nos dejes con las ganas y cuelga la foto con Pluto!

Besos

Anónimo dijo...

genial como siempre ,chavalin!! jeje!! y estoy de acuerdo: queremos ver la foto con Pluto!!!

Nadia dijo...

¡Por fin! Se te echaba de menos.

Eso, yo también quiero ver la foto con Pluto :P

Y el vídeo, simplemente genial.

Un saludo!

Anónimo dijo...

queremos la foto con pluto

Anónimo dijo...

Queremos ver a pluto!!!!!

Que grande que volviste se te echaba de menos.

Yo tambien quiero ir a paris... a ver si nos organizamos algo no?

A la espera de la proxima entrada...

Anónimo dijo...

la oto con PUTO cojones!!!!

quien sabe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
quien sabe dijo...

Me he quedado impresionada con tu aventura en paris,casi lloro(sera por haberme visto en tantos sitios que describes)de la risa.
No dices nada de los zapatos.Acaso no te diste cuenta de que la gente de alli lleva siempre los zapatos impecables mientras los "turistas",aunque los acaben de lustrar los llevan llenos de polvo...??

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