miércoles, 25 de febrero de 2009

La Verdadera Teoría de la Conspiración

Esta mañana, un compañero de piso iba a cometer una atrocidad. Señoras y señores, mi compañero se iba a… es duro decirlo, pero se iba a afeitar.

Y es que actualmente, el significado de la barba está denostado. Por favor, discípulos, reflexionad. Todas las personas importantes que han movido los hilos del mundo tenían barba.

Mirad por ejemplo en la religión, San Pablo, San José, Abraham… incluso Jesucristo tenía barba. Imaginad a un Moisés descendiendo en chanclas, con las tablas de los mandamientos en la mano… pero sin barba; ¿quién puede creer a ese hombre? Lo único que le falta a ese Moisés es un traje de neopreno Quicksilver. Sin ir más lejos, Jesús ya hizo la distinción entre imberbes y barbudos entre sus propios apóstoles: a San Pedro le dio las llaves del cielo, coño, eso mola, eres el securata del paraíso; en cambio, ¿qué tuvo que hacer San Juan? ¿escribir una biografía y ni siquiera le pagan? Joder, eso no se lo hicieron ni al escritor del libro de Ana Rosa Quintana. Por cierto, ahora que hablamos de San Pedro, una vez soñé que no me dejaba entrar y yo le decía "¿que no me dejas pasar por las zapatillas? Iyo, no me jodas, que tu jefe va en chanclas".

Pero es que me indigno. Me paro a reflexionar y atisbo una confabulación en contra del vello facial por parte de Gilette y demás empresas cuchillísticas. Fueron ellos quien se inventaron lo de que los Reyes Magos y Papa Noel no existen, ¿por qué? Señores, la respuesta es bien clara, tienen barba y son iconos mundiales. Y es que esta subtrama política antibarba de Gilette afecta a todos los ámbitos ¿quién crees que patrocina a Fidel Castro y a Osama Ben Ladem? Está claro, Gillette. Es un recurso para acabar con la digna reputación de la barba. Al igual que utilizar el recurso de que todos los piratas han llevado barba: Barba Negra, Barba Roja, Barba Azul… esos capitanes marinos son fruto de la imaginación desbocada de una campaña de marketing dedicada a destruir la buena reputación de los barbudos, sino… ¿por qué ninguno de esos piratas tienen nombre? Es el fruto de una campaña mal hecha, no me imagino a esos piratas enseñando el DNI en la aduana y diciendo “Sí, le he dicho que me llamo Barba Negra García”.

Grandes iconos mundiales han llevado barba y gracias a ello se han alzado con una buena imagen pública de respeto: el Che Guevara, Pau Gasol, Averroes, Gandalf, Orson Welles, Aristóteles, Charles Darwin, Budd Spencer, Chuck Norris, el abuelo de Heidi, Platón, Steven Spielberg, George Lucas, Gimli… y demás creadores de tendencias unificadoras de pensamientos y sentimientos. Sin llegar a los extremos radicales de Cheewacka, pero se puede conseguir el perfecto equilibrio.

Importantes personajes del espectro político han tenido que llevarla para hacerse con el poder. Karl Marx llevaba barba, quién iba a creer a un Marx sin barba, sería lo más parecido a un Joaquín Luqui gordo. “Uooo, uoooo, tú y yo lo sabíamos.”.

Y es que esta conspiración ha llegado incluso a la sangre. ¿Quién acabó con la vida de Lincoln? ¿Quién mató a Sócrates? ¿Quién mató a Arquímedes? ¿Quién mató a Dumbledore?... simpatizantes confederados, envenenamiento, soldados romanos, Snape… son explicaciones sin consistencia. La verdad se encuentra en lo que llamo “la conspiración Gillette”.

El ejemplo más claro, lo podemos encontrar en España. Durante nuestra infancia, los más afortunados, escuchábamos la canción de "mi barba tiene tres pelos, tres pelos tiene mi barba...", coño, es poco, pero por algo se empieza, así me gusta, aquello si que era educación. Mucha gente importante ha muerto en nuestra piel de toro, sin embargo, seguramente el sentimiento de tristeza más masificado lo recogió un fallecimiento… voy a decir un nombre, cada uno que analice el sentimiento que provoca en su corazón. Chanquete.

Yo, como Iker Jímenez, sólo muestro los datos. Ustedes extraigan sus conclusiones.

martes, 24 de febrero de 2009

Mi Infancia

Era un frío 20 de Diciembre y se podría decir que nací cansado, en verdad, se podría decir que no nací, sino que me nacieron. Yo estaba tan cómodo allí dentro que tuvieron que entrar a recogerme, que agonía de gente, ¿por qué tanta prisa? A ver, mama, no pares todos los días, disfruta del momento, relájate, el niño ya sabes que lo tienes, deja que el bebé realice su primera decisión de su vida saliendo por su propio pie. Pues no, abrieron a mi progenitora cual hucha y me sacaron. Me enfadé con el doctor que no tuvo otra cosa que cogerme de los pies y azotarme en el trasero hasta que llorara, pero no contaban con mi carácter sosegado. Yo no lloré, hice play-back.

De esos primeros años apenas me acuerdo de mucho, bueno sí, de la primera película pornográfica que vi, tranquilos, no empecé tan pequeñito, fue fruto de una mala programación del canal local. Mis padres, absortos en sus quehaceres diarios, me abandonaron enfrente de aquella caja negra, jugando con mis piececitas y mis dinosaurios, sin embargo, los dibujos animados, de los que pasaba olímpicamente, dieron paso a una especie de aerobic muy extraño, la mujer seguramente tenía agujetas, porque chillaba mucho y se les debía de haber roto el aire acondicionado, hacía mucho calor y estaban los dos desnudos, lo que no me explico es que si hacía tanta calor como para quitarse la ropa, ¿porque hacían gimnasia delante de una chimenea?. No sabe que hacer la televisión con tal de llamar la atención.

Y es que la relación entre la televisión y los aspectos erótico – festivos dieron que hablar en mi infancia. Yo asociaba el telediario a “noticias malas” y en aquella época aún no me había percatado de ciertas reacciones de mi cuerpo; por lo que en los informativos mostraban noticias sobre problemas erección, ilustrando dichas informaciones con distintas imágenes del miembro… más bien… despierto. Yo me sulfuraba, corría hacia mis padres, les gritaba a mis padres que a mí, de vez en cuando, “el soldadito” me daba los buenos días, les pedían que me llevaran al médico para que me curaran de aquel grave mal… sin embargo, mis padres no paraban de reírse a carcajadas cada vez que ocurría dicha situación. Que inocente y tonto era.

Si es que debo reconocer que a parte de cansado, nací tonto. El hecho más representativo de esta característica intrínseca de mi ser, fue la época de preescolar. En todas las clases hay un “meón” que se diferencia del resto de la clase por su incapacidad por retener líquidos en el interior de su cuerpo. Si, yo era el “meón”, tan sólo que yo me distinguía del resto de “meones” por un significante dato, yo sí retenía líquidos… pero demasiado, cuando mi vejiga ya estaba cercana a un superávit del 220%, salía corriendo hacia el servicio, y todos sabemos que la distancia entre el sujeto y el inodoro es inversamente proporcional a las ganas de miccionar, es decir, cuanto menor es la distancia, mayor es la agonía. Y es justamente ese momento, cuando estas delante del retrete, cuando surge un enfrentamiento continuo entre un minipaco y los botones de pantalón que me tenían la guerra declarada. Así que llegaba a la profesora y en un alarde de ingenio decía “Seño, el váter ha vuelto a escupirme”.

De aquella etapa también recuerdo los dibujos que le entregabas a la profesora, y ella se veía obligada a decirte “Oh, mira que bonito, pero tienes que presentarme a tus padres, nunca he visto a unos padres con la cara verde”. Y es que la concepción de la realidad a través mis dibujos, se distanciaba bastante de lo real: mi madre con la cara verde, mi padre con la cara marrón y la barba azul (la distinción entre mi padre y mi madre es que mi madre siempre llevaba coletas y falda, aunque no las hubiera visto en ella en mi cora vida); después me obligaban a pintar mi casa, sin vacilar, agarraba el lápiz y pintaba una casa en la parte más baja del folio, de hecho, si quería poner jardín al dibujo, tenía que pintarlo en el pupitre. Ese hogar estaba constituido por un cuadrado, dos ventanas con rejas en forma de cruz, un triángulo como tejado, una puerta marrón y ahora vienen los tres elementos que más caracterizaban mis ilustraciones infantiles: el sol con cara sonriente saliendo de una nube, un perro en la puerta (sólo he tenido un perro en mi vida, y fue en secundaria) y una chimenea (Córdoba, España, Agosto, 48º C y con chimenea, de puta madre) expulsando un humo constante mientras todos los integrantes del dibujo, estaban fuera de la casa en pantalones cortos; esa era otra característica, todas las personas que salían de mis ceras de colores debían ir en pantalones cortos, aunque estuviera nevando. Ya sé porque nunca dibujaba a la gente con ropa de invierno, mis dibujos no sabían apagar la chimenea. Se nota que me traumatizó bastante mi primera película porno.

Lo que molaba de aquella clase era el momento de enseñar tus dibujos a la “seño”, aquella cola en la mesa de la profesora en busca de unos minutos de gloria ante la clase sin necesidad de recurrir al clásico de hacerte pis en los pantalones. Y allí se me veía, un minipaco de pelo rizado, esperando su turno. La profesora, para evitar peligrosos cortes, había prohibido a sus pequeños alumnos tener sacapuntas, por lo que la maestra tenía uno tamaño industrial anclado en la mesa. Aquí es cuando demuestro mi inocencia, en el momento en el que uno de la clase me informó de que dentro de ese agujero agarrado a la mesa había un caramelo, yo introduje el dedo en busca del manjar y mi “amigo” giró la manivela que accionaba el sacapuntas y me afiló el índice. Ése no volvió a ser mi “amigo”.

A esas alturas de la vida, haces un descubrimiento que te sorprende y que te cataliza la forma de ver el mundo: la cera de color “carne”. Es el objeto más especializado y específico del mundo; sólo sirve para pintar caras (mientras no dibujes a uno de Mozambique), manos y, en mi caso, por llevar pantalones cortos, piernas. No sirve para nada más. No puedes colorear pantalones ni camisetas de color “carne”. Existía cierto trauma cuando, llegado el momento, no encontrabas dicha cera en tu estuche. Te amargabas, te sulfurabas, buscabas en la mochila, debajo de la mesa, preguntabas como un poseso a tus compañeros, ninguno de ellos tenía color “carne”, todos te ayudaban a buscar, la clase se inquietaba, se montaba una revolución… pero la profesora, en un alarde de genio, con tal de apaciguar nuestra ira y frustración, no informaba de que la mezcla de rosa y blanco era nuestro preciado color “carne”. Allí que te veías, como un alquimista cromático, buscando la medida exacta de cada una de las mitades… pero nunca quedaba igual… era un color “carne Mickael Jackson” más bien.

Y es que de pequeño, era tonto, cansado y un desastre ecológico. Hubo una época de mi infancia en la que el recreo carecía de interés. Mis compañeros jugaban al mítico 1x2 que es un juego consistente en, a través de tres toques con una pelota, buscar una excusa para pegarle la paliza de su vida a quien tú quisieras con la aprobación del resto de la clase. Sí, yo era el típico que era “cascarón de huevo” hasta que me tocaba dar tortas y patadas por doquier. Que ricura de pequeñín. Otro juego que ocupaba nuestro descanso era el fútbol con bolas de papel de aluminio, sin embargo, harto de ser árbitro y portería, decidí emprender mi personal cruzada contra la indecencia de los dueños de los animales. Yo pensaba que todas las criaturas de Dios que me encontraba por las esquinas eran animalitos que habían sido olvidados por sus descuidados dueños. Y ahí tenemos a Paco para hacer justicia, dar cariño y adoptar a todo aquello que se pusiera en su camino. Lo malo es que tenía serios déficit de memoria y eran frecuentes las persecuciones en mi casa por culpa de que se había roto otra lavadora por otra lagartija muerta atascada en el filtro. No tenían consideración.

Debo confesar que mi particular campaña ecológica no sólo se refería al ámbito zoológico, sino también al botánico. Mis padres son unos amantes de las plantas, tan sólo que hacen crecer plantas infructíferas (rosas, margaritas, pensamientos, geranios… y demás plantitas con colorines). Por lo que las persecuciones por mi casa se volvían a repetir cuando se percataban de que aquello que crecía de la maceta de rosas no era un esqueje, sino una mata de garbanzos o aquellos que mató a los geranios era un pino.

Después pasé a ser un poco más maduro... o no, pero eso… es otra historia…

miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Estudias o trabajas?

Queridos discípulos, sé que muchos, alguna vez, se habrán preguntado a qué dedico mi vida. Estudio comunicación audiovisual, o al menos eso pone en la matrícula.

Aún me acuerdo de aquel primer día de universidad en el que no pude resistir la tentación de hacer alguna novatada. Así que un día me inventé una asignatura de libre configuración, de la cuál informé al mítico inocente pardillo de la facultad, argumentándole que se trataba de una asignatura anual llamada “procesos de producción textil artesanal”, con trabajos cuatrimestrales como punto de cruz o encaje de bolillos. Perfecto, dicho pardillo se creyó dicho bulo y maldita conciencia que me remordió la moral, lo que provocó que le quitara de la cabeza a mi víctima lo de ir a informarse a secretaría. Siempre he tenido especial ilusión por conocer la expresión facial de la secretaria.

Sin embargo, ahora que llega el fin de la carrera, sé que no sé nada y no es una frase hecha. Durante mi estancia en la facultad, he aprendido psicología, sociología, filosofía, ética, historia, idiomas, física, marketing… sin embargo, nadie se me ha percatado de que alguien me debería haber enseñado a encender una cámara. Chachi, me han preparado para jugar al Trivial.

Y es que, a estas alturas, reflexionas sobre ínfimos detalles sin importancia, en apariencia. Imaginad la situación, un corro de amigos en el que cada uno empieza a decir la profesión a la que se va a dedicar: médicos, periodistas, maestros, peluqueros, policías… y ¿yo? ¿soy el que hace las fotocopias, no? ¿Qué voy a ser? ¿comunicadista? ¿comunicólogo? ¿comunicador? ¿a qué me voy a dedicar? “Ey, tranquila mama, que yo comunico”, sí, soy como un pregonero, pero con estudios. Bueno, eso si no hablamos el mítico error que existe con el nombre de la licenciatura:

- Ey, ¿tú que estudias?

- Comunicación.

- ¿Siiiiii? Pues Teleco tiene que ser difícil, ¿no?

Muy bien, ya ni tengo ni oficio ni carrera, vamos progresando.

Ahora nos paramos a analizar las clases. Una asignatura prototípica que me marcó fue “Creación Audiovisual”; en ella, el profesor se dedicaba a ponernos vídeos sobre arte visual, nuestro maestro se sentaba en primera línea y se extasiaba cuál Santa Teresa, incitándonos a profundizar en el subconsciente del artista audiovisual. Perfecto, nos dedicamos un cuatrimestre buscando la esencia a líneas sobre fondo negro, puntos crecientes y menguantes… es decir, estuvimos cuatro meses de nuestra vida viendo salvapantallas de Windows. De puta madre. Sin contar el trabajo final, en el que tuvimos que hacer una creación visual, cuyo único requisito es que no tuviera sentido. ¿Qué hace un San Paco? Pues un salvanpantallas de Windows, pero con plastilina. Nota final: 9.

Es que en nuestra carrera, vemos muchas películas, de hecho mientras en otras facultades tienen una biblioteca, nosotros tenemos un videoclub; y mientras otros estudiantes van a clase con carpetas, nosotros vemos más útil llevar palomitas. Y es que es duro y sacrificado, tener clase a las tres de la tarde, en plena digestión, te cierran las ventanas, te bajan las persianas, te ponen una película en blanco y negro y encima… muda. Muy bien, y te tienes que mantener despierto durante dos horas. A ver, queridos eruditos intelectuales del cine de ayer y hoy, por mucho que pidáis que nos pongamos en la piel de los espectadores del S. XIX, las películas de los hermanos Lumiére son un coñazo a las tres de la tarde, tanto hoy como lo fue en 1887.

Mi carrera no me ha enseñado a apreciar el cine, sino a amargarme a la hora de ver una película: “por favor… ¿eso es un travelling? Para eso no lo uses, que además… espera, espera… ¿te has dado cuenta del fallo de racord? Mira, fíjate, ya no lleva gorra… sin contar que se acaba de saltar el eje de acción…” Sin embargo, todos estos comentarios se hacen en voz alta, por lo que cada vez la gente empieza a poner más excusas para acompañarte al cine o ver películas contigo, provocando cierta tendencia autista en este aspecto.

Conclusión, en mi carrera he aprendido a ser asocial, a jugar con plastilina y saberme todas las respuestas del Trivial, menos las del quesito naranja de deportes… pero tiempo al tiempo…

lunes, 9 de febrero de 2009

Odisea en mi piso 2009. Mi W.C.

Hola queridos discípulos y discípulas, bienvenidos de nuevo a mi humilde morada, pero esta vez me dedicaré aquello que me rodea, es decir, mi hábitat. Comienza “Odisea en mi piso 2009”.

Dicen que la soledad de un hombre se mide por la cantidad de cartones de papel higiénico que se amontonan por todo el wc, por ello, empezaré hablando de cuartos de baño, especialmente del mío.

Mi cuarto de baño es carismático a la par que acogedor, es decir, es pequeño; tan pequeño que no había espacio para poner el toallero al lado del lavabo y lo tuvieron que situar justo encima del inodoro. Empezamos bien. De hecho, en mi piso, seguimos manteniendo la leyenda urbana de que mi cuarto de baño, en sus orígenes, era un armario. Tiene el espacio justo para albergar una bañera, un inodoro y un lavabo.

Sin embargo, voy a prestar especial atención al inodoro, también conocido como váter. Mi váter no es como el del resto de los mortales, no está sujeto al suelo por ningún medio, lo único que le une a la solería es la gravedad, es decir, puedes modificar las vistas que prefieras observar mientras estas sentado atendiendo la llamada interna de la naturaleza. Hoy con vistas a la bañera y mañana mirando el goteo del lavabo. Muy inspirador. Este detalle del inodoro levitante tiene especial utilidad en los momentos en los que la puntería desde un estado bípedo no destaca por su precisión (despertares, resacas…). Lo justo que se te desvíe el chorrito un poco para que le des una patadita a la taza y vuelve a estar todo en condiciones. Pero precaución, estamos hablando de un cuarto de baño – armario, donde leer el periódico sentado en el váter se complica debido a que se te moja el papel con el agua del lavabo; conociendo dicho dato, debemos tomar la precaución de echar el postigo, ya que una apertura desprevenida de la puerta puede provocar un golpe en la frente del sujeto que esté sentado, que rebotará, de la inercia, con la nuca en el toallero a sus espaldas, volviendo a golpearse, a continuación, con el lavabo en la frente; y si la suerte no te acompaña, acabarás con el inodoro pegado al trasero, inconsciente en el suelo y con tus compañeros de piso intentando abrir la puerta, que no se podrá abrir ya que tu cadáver bloqueará el acceso. A esto lo califico de trampa mortal como mínimo.

Otro elemento que destaca en mi w.c. es el bautizado “libro de váter” (no es ningún manual de cómo usar un inodoro). Tras años de experiencia en esto de obedecer a nuestro ciclo intestinal y tras haberme leído todos ingredientes de los productos que anduvieran por las cercanías, me percaté de que mi índice lector estaba disminuyendo potencialmente a la par que mi imaginación, fruto de mi aburrimiento, aumentaba de forma exponencial, con historias como “Don Colgate de la Mancha” o películas como “Signales” (donde Mel Gibson es abducido por unos tubos extraterrestres de pasta dentrífica). Por todo ello, decidí dejar un libro apoyado en el cacharrito ese que sirve para meter los rollos de papel higiénico y que nadie usa hasta que hay visitas en casa. Señores, la mejor idea que he tenido en mi vida.

Pero si nos paramos a pensar detenidamente en la apariencia de mi baño, lo que da glamour al momento son unas cortinas rosas que protegen a la bañera. Imaginad la escena, terminas de ducharte, intentas salir de la ducha, te escurres, te agarras a las cortinas, se te caen encima, te peleas con ellas, consigues sacar un pie de la ducha, pero lo metes en el váter, intentas sacarlo, te partes la cadera con el lavabo, tus compañeros abren la puerta y te encuentras ante la mirada expectante de tus compañeros de piso, desnudo, con un turbante rosa en la cabeza, un váter en el suelo, un moratón considerable que no te deja andar erguido… vamos, esto es lo que yo llamo una salida del “armario” por la puerta grande... que es lo único que tiene grande mi cuarto de baño.




Continuará…

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