miércoles, 29 de julio de 2009

¿Los sueños tienen significado? Espero que no.

Señoras y señores, debo confesar que me estoy preocupando, temo a mi subconsciente, Freud ya me hubiera puesto en cuarentena hace tiempo… Sueño poco, pero en cada sueño me supero.

Por ejemplo, esta noche, me he dedicado todo el tiempo a pelearme con mi madre; pero no era una discusión normal de “quita los calcetines de debajo de la cama”. La situación es que el diablo estaba en la puerta de mi casa disfrazado del payaso de McDonald, venía a buscarme para matarme y mi madre quería abrirle la puerta. Creo que es un motivo más que suficiente para pelearte con tu madre, incluso, si el diablo viniera sin disfrazar, me lo hubiera pensado. Pero es que Ronald McDonald acojona. Con esto me encontré en la obligación de hacerme algunas preguntas: ¿Debería dejar de comer hamburguesas para cenar?, ¿qué he hecho para que el diablo quiera matarme? Y lo más importante… ¿qué le he hecho a mi madre para que quiera abrirle la puerta?

Desde pequeño me han estado atormentando las pesadillas, por ejemplo, cuando vi Parque Jurásico, soñé durante un par de meses que el Tiranosaurio asomaba su viscoso y aterrador ojo por la ventana de mi habitación. ¿Pero vosotros creéis que un Tiranosaurio (el rey de los bichos grandes y feos junto a King-Kong, Godzilla y Falete), de viajar en el tiempo y poder arrasar NY o una ciudad de similar tamaño, se habría parado cada noche en la ventana de mi cuarto para darme las buenas noches? No hay derecho.

Y es que no tienen ni pies ni cabeza mis sueños. Es como un sueño que me traumatizó, además fue un sueño pseudoerótico, os lo contaré. Estaba con una chica, deshaciéndonos en arrumacos, disfrutando de densas carantoñas y todas esas cosas que ya conocemos todos; cuando la cosa estaba en lo que llamamos “a punto de caramelo” me pregunta por los preservativos, le respondo con la inexistencia de los profilácticos y ella me dice que entonces nada. ¿Acabo de no tener sexo en un sueño porque no tenía condones? Me defraudo hasta en sueños.

Bueno, hablando de embarazos, tengo uno en el que una chica de nuestro grupo de amigos se quedaba con un bombo bastante considerable. Aquí se dieron bastantes situaciones peculiares. Para comenzar el interrogatorio que tuvo que sufrir la mujer en cuestión por parte del grupo para intentar clarificar el nombre del padre, así como la situación que dio lugar a la concepción. El momento de la ecografía fue curioso, ya que todos fuimos a ver a aquel puntito que la enfermera decía que era el niño… podía haber sido una mancha en la pantalla de Nocilla y nosotros decir “uy, que mono, ha salido a la madre…”. No obstante uno de nuestros amigos, se peleó con la enfermera porque quería la foto de la ecografía en su Pen-drive, o como se diga, imaginad a un muchachote de casi dos metros diciéndole a la pobre mujer que quiere la foto en formato JPEG para subirla al Tuenti. La siguiente discusión provino del color que tendría que tener las paredes de la habitación del niño, al no saber el sexo, los chicos decían que era mejor pintar en celeste, mientras que las chicas defendían al rosa; para intentar llegar a un acuerdo que beneficiara a todos, dispuse en ofrecerme para pintarla en morado, así ganábamos todos. Ya había pintado todo, cuando esta nuestra embarazada tuvo que correr, acompañada de todo el grupo de amigos, al hospital para dar a luz su retoño… sin embargo, yo me quedé secando la pintura de las paredes con un secador de pelo, mientras una amiga me retransmitía la jugada por teléfono móvil desde el paritorio. Debió de tardar lo suyo, porque llegó y las paredes ya estaban secas. Fue niña por si alguien tenía interés. Lo último que me acuerdo de ese sueño es yo corriendo con la niña a cuestas y el bolso de las cosas del bebé, dirigiéndome a la facultad para que una amiga me diera pañales de recambio. No intentéis buscarle la lógica.

El exceso de juegos de ordenador también han machacado mi subconsciente. Imaginadme en el juego Age of Empires II como un caballero perteneciente a un batallón de jinetes sedientos de guerra. Mi grupo se dirige hacia una batalla para destruir un fuerte enemigo, pero yo me quedo rezagado y un amigo, también participante de mi historia, se percata de mi retraso. La conversación sería algo parecido a lo siguiente:

- Compadre, que no voy.

- Pero tío, que van todos.

- ¿Pero no te das cuenta de que es una muerte segura? Somos carne de castillo.

- Que no “notas”, que las catapultas vienen detrás para ayudarnos.

- Claro, las catapultas ¡van detrás! Nos quieren para que recibamos mientras las catapultas se libran. Además, ¿No te das cuenta que necesita población para aldeanos?

- Es verdad, bueno mira, lo que podemos hacer es que vamos detrás de las catapultas como quien no quiere la cosa, ellas abren una brecha en la muralla, nos metemos, matamos unos cuantos aldeanos y hacemos el “paripé”.

Con esta última frase accedí a participar en el ataque. Perdonad, pero pocos habrán entendido la conversación si no han jugado al juego en cuestión, válgame la redundancia.

Mis sueños han ido evolucionando, de hecho ya he tenido incluso sueños con publicidad y créditos.

Sin embargo, sé que no dejan de ser sueños, productos de mi imaginación: no hay diablos, ni dinosaurios, ni embarazos, ni catapultas, ni créditos… pero también sé que Ronald McDonald, mi madre y mis amigos, sí están ahí… agraciadamente por los dos últimos.

Un saludo y seguiremos informando.

Por cierto, sacad una moraleja de todo este relato, la más importante… llevad siempre un condón encima.

sábado, 25 de julio de 2009

¡Peligro, verano!

Me encantaba deleitarme con aquel cielo azul, aquellas aguas cristalinas de aquel mar turquesa, aquellas arenas blancas y finas gobernadas por aquel cocotero casi tumbado en la línea del horizonte, aquella mujer de cuerpo esbelto con un bikini ínfimo que jugaba con mi imaginación, aquellos… un grito de mi padre hizo que quitara de mi vista la postal, estaba tardando demasiado en comprar el periódico y allí, me veías a mí, un hombrecillo con sobrepeso, una camiseta de propaganda de cerveza y la cruda realidad: un verano en familia.

Durante todo el año pensabas en lo que ibas a hacer en verano. Después, llegaba el final del verano y te sentías defraudado. Y es que el verano no deja de ser un fraude de tres meses que tenemos que sufrir una vez al año.

Aún me acuerdo de aquel último día de colegio, llegabas a tu casa y celebrabas junto a tus padres que habías aprobado todas con muy buenas calificaciones. Primer fraude. A la semana aparecía tu padre con unos cuadernillos de tareas de vacaciones y te decía “toma, para que no se te olviden las cosas en verano”. Yo, como ser humano, me sentía engañado, ¿cómo que no quiere que se me olvidaran las cosas? Ahora es cuando se me tenía que olvidar todo, relajar la mente; ¿se me olvidó para el examen? ¡No! Saqué un maldito sobresaliente y los que suspendieron ahora no tienen cuadernillos de apoyo. Por eso me vi obligado a aprender y a solucionar mi futuro estival. Suspendía alguna y así me aseguraba un verano sin cuadernillos. La culpa de que el sistema educativo español vaya en picado la tienen los de Santillana y sus malditos cuadernos.

Pero cierta mañana te despertabas sobresaltado, tus padres corrían de un lado a otro cargando con maletas; que si toallas, que si bañadores, que si la abuela… Ya, una vez dentro del coche, mi madre empezaba a recitar a mi padre lo de todos los viajes “¿Has cerrado las ventanas? ¿Has apagado el calentador del agua? ¿Has cerrado la puerta con llave?...” Así hasta acumular un cuestionario de cerca de 47 preguntas sólo demostrables si te bajas del coche y lo compruebas.

El viaje prometía. Mi hermano, mi abuela y yo durmiendo en los asientos traseros con los cuellos doblados hacia delante en tal ángulo que nuestras narices rozaban el pecho; nuestra posición de los pies no era más cómoda ya que en las alfombrillas estaban puestas la jaula del hámster de mi hermano y otra maleta de contenido misterioso y compacto, así que teníamos que ir a lo Dalai Lama. Mientras tanto, se escuchaba el disco recopilatorio de las mejores baladas de Luis Miguel, mi madre lo tarareaba y mi padre decía la última palabra de cada frase de la canción.

Por fin el coche paraba y no era porque mi hermano hubiera visto otra gasolinera y tuviera ganas de hacer pipí. ¡Estábamos en la playa! Se veía el mar impetuoso, se veían las gaviotas sobrevolando la cálida arena… se veía un coche cargado de maletas, sombrillas, hamacas, bolsas, el hámster de mi hermano, más maletas y más bolsas. Mientras subías todo a un apartamento alquilado en una cuarta planta, te preguntabas si era posible que todo aquello que estabas llevando estuviera escondido en tu casa, ¿pero dónde? Pues “en su sitio” como dicen las madres.

Pues allí estábamos, después de montar el campamento familiar veraniego en el apartamento, nos decidimos a emprender nuestra aventura en el terreno, en la playa. Ahí estaba yo, con mi camiseta blanca de propaganda de cerveza, un bañador tipo slip (que acababa convirtiéndose en un tanga), mis chanclas de playa, una hamaca en cada brazo, una sombrilla, las gafas de buceo en el cuello, la toalla de pececitos y olitas en el hombro, la tabla de surf de corcho que te regalaban comprando yogures y la abuela agarrada del brazo. Pues si en este estado reunías las fuerzas suficientes para levantar la cabeza, observabas la mitad de la playa desértica y tranquila, mientras que la otra parte estaba llena de sombrillas y gente comiendo tortilla con arena. ¿Dónde nos poníamos nosotros? Delante de todo el bullicio y el griterío. Imaginadme a mí cargado, un niño inocente y regordete, soportando las críticas e insultos de las sombrillas vecinas. No hay derecho.

Una vez instaurada la base de operaciones comenzaba el ritual, mi madre nos ponía en fila a mi hermano y a mí para echarnos protector solar. Partamos de la base que el protector solar era de factor 60, pero mi madre nos ponía doble capa, convirtiéndose en un factor 120. Entre mi sobrepeso y mi inminente albinismo la gente se echaba fotos conmigo como si fuera el muñeco de Michelin. Ya estabas preparado para no quemarte en veinte años, el mar te llamaba y tu madre te decía “ahora espérate a que lo absorba la piel”. ¿Cómo? Pero si tengo en la barriga tanta crema que no podré abrazar a mis hijos por miedo a que se me resbalen. Así que en un descuido, me lanzaba cual cachalote libre hacia el mar. Una vez dentro, percibías como tu piel iba tomando color de nuevo, en detrimento del agua, que se iba volviendo cada vez mas blanquecina a tu alrededor, desde arriba parecería un huevo recién echado a la sartén. Cogían color hasta las medusas y mira que era difícil.

Pero perdonadme, voy a hacer un alto, quiero denunciar uno de los grandes fraudes veraniegos: los objetos hinchables y pinchables.

No quiero hablar de la famosa pelota de Nivea, la mía la debe tener algún chiquillo más allá del Atlántico. Sino de objetos como “los manguitos”. Le tenía pánico a los manguitos, no me creía que dos bolsillos agarrados del sobaco pudieran aguantar conmigo… y así fue, me compraron unos manguitos de ratoncitos con los que me daban las orejas en sus orejas y me salió un sarpullido; no obstante, los ratoncitos gemelos se tomaron su revancha, ya que un día se pinchó uno y se desinfló mientras yo nadaba alegremente por el mar. Mis padres todavía guardan aquella foto en la que sólo se ve un brazo emergiendo del agua porque se supone que estaba saludando ricamente y no estaba luchando por aguantar el aire en mis pulmones.

Y otro objeto paradójico es la colchoneta. Mi padre nos compró una, nos tiramos una mañana inflándola casi filtrando el desayuno por la boquilla, terminas, tienes agujetas en los mofletes, llevas tan orgulloso tu colchoneta al mar, te consigues sentar al trigésimo cuarto intento y… ya. ¿Qué interés consigo? Sentirme estúpido. Llegas, inflas y te sientas. Qué fraude señores. Si es que no tiene chicha.

Estudiando las adversidades que me rodeaban en aquel terreno hostil decidí crearme mi propia muralla. Creé una de arena, pero un jovenzuelo desconsiderado la pisó mientras jugaba al tenis-playa o cómo se diga. Tenía que buscar materiales más sólidos. Con un alarde de paciencia me dediqué a crear una barrera de cerca de medio metro de altura, con pequeñas variantes estructurales, como introducir piedras de considerable tamaño y erizos de mar en el interior; sin embargo aún había gente desconsiderada que plantaba el pie, de forma dolorosa, en mi construcción. Debía ampliar mi zona defensiva, por ello me dediqué a hacer agujeros en el suelo, taparlos con un papel de periódico y echar un poco de arena por encima. Mi campo de minas estaba a punto de ser efectivo al completo, ¡iba a llover sangre de aquellos que osaran traspasar la línea! En verdad, lo que me llovieron fueron collejas de mi padre cuando se percató de que robaba palos de los espetos y los metía dentro de mis agujeros-trampa. Sólo estaba defendiendo lo que es mío.

Llegó el último día, recogimos todo el apartamento, cargamos el coche e hicimos recuento: bañadores, toalla de pececitos, hámster, maletas, bolsas, hamacas, sombrillas, disco de Luis Miguel… y comenzamos nuestra nostálgica vuelta. En el fondo, a todos nos ha gustado y lo echaremos de menos.

¿Y la abuela? Ya recogeremos a la abuela el verano que viene.

lunes, 20 de julio de 2009

Harry Potter y el Soso Mestizo


Señoras y señores, el otro día fui al cine, vi Harry Potter y el Príncipe Mestizo. Para empezar, cuando ves un título así la primera imagen que se te viene a la cabeza es al niño de las gafas y la varita, acompañado de un mulato con maracas disfrazado del príncipe de Bequelar (o como se escriba).

Pues nada, el film comienza con un Harry sentado en una cafetería y leyendo el periódico como un señor, mientras le tira los trastos a la camarera. Sin embargo, aparece Dumbledore, a partir de ahora lo llamaremos “Viejo Chocho de la Barba”, que le dice que se le agarre del brazo, que van a ir al quinto pino y que no va poder llevarse a la camarera. Harry se queda unos minutos calculando los beneficios, pero se agarra del brazo y se introducen en un vórtice teletransportador chungo de la muerte que los lleva a un barrio aún más chungo. Se meten en una casa con un nivel de orden parecido al de mi habitación, buscan a un mago, Viejo Chocho se acerca a un sillón, le tira un hechizo y se convierte en un mago que se había disfrazado de sillón, que por lo que parece es un profesor del copón bendito con un trasfondo oscuro. Por esa regla de tres no me extraña que compren a todos los profesores de mi facultad en el Ikea, imaginad la conversación en el departamento:

- ¿Por qué has suspendido a ese chaval? Tiene un examen de sobresaliente.

- Antes yo era un tresillo y el cabrón me ponía lo pies encima.

Volvamos al tema, ya que Harry, se agarra del brazo del viejo, se mete en otro vórtice raro viajero de esos y acaba en un campo de maíz. Al fondo se vislumbra una casa, la cual se supone que debería ser una guarida contra cualquier intruso, un lugar desconocido para todo el mundo y allí que llega nuestro miope favorito entra como quien no quiere la cosa, vamos, que mucha seguridad y la puerta no tenía ni cerrojo. Con lo que chirría el cerrojo de mi casa, allí puede entrar Voldemort levitando que se entera hasta el vecino de tres casas más arriba. Otro aspecto a describir es el diseño de la casa… ¿qué arquitecto hace eso? Por Dios, si parece que los albañiles la hicieron siguiendo el plano, pero arrugado.

Pues ya dentro de la casa, la familia Weasley, o los Pelirrojos, empiezan a saludar a Harry, que si bienvenido, que si no nos hemos dado cuenta, que alegría de verte, que si estas crecidito desde la última película… vamos, lo que me dicen mis tías de Barcelona en todas las bodas. Pero se retrasan Ron Cacique y la Empollona, aparecen y el Pelirrojo le dice a la otra que tiene un poco de pasta de dientes en la boca… ¿perdona? ¿cómo? ¿y esto es una película para niños? No me extraña nada la promiscuidad de las nuevas generaciones.

Ya reunido nuestro trío de protagonistas, pues comienzan a viajar y se meten en un barrio mágico. Allí encuentran a Draco, a partir de ahora “Oxigenao”, y empiezan a perseguirlo. Harry y sus colegas van de buenos, pero todo lo contrario. El pobrecillo del Oxigenao sólo iba a ver un armarito y los otros empezaron a reflexionar sobre el hecho: que si es un armarito oscuro, que si con él va a atacar a Hogwarts… señores, no exageremos. Después se vería que llevaban razón, pero bueno, hay que confiar más en la gente.

Pues nada, pillan el AVE Málaga María Zambrano – Howgarts, pero cuando llegan, Harry se mete en el vagón de Draco, tira un peñasco de luz oscura y se pone una capa de invisibilidad. El Oxigenao, que no es tonto del todo, se da cuenta, espera a que todo su vagón se haya bajado, le lanza un hechizo paralizador a Potter y le revienta la nariz a pisotones. Vamos, un pronto de esos que le da a cualquiera. Julían Muñoz se pone peor con los del Tomate.

En este instante se me viene una pregunta a la cabeza ¿cómo se sujetan las gafas de Harry Potter a su cabeza? A ver, a mí se me cae una moneda de un euro al suelo, me agacho, la recojo y tengo que volver a agacharme para recoger las gafas. Y Harry vuela en escoba, se pelea con ogros, vuela en hipogrifo, mata dragones, le parten la cara a patadas… y no se les cae nunca. Yo creo que no es magia, Harry Potter tiene las gafas grapadas a las orejas. Pero sigamos.

Primera cena en Hogwarts. Llega el Viejo Chocho y empieza el discurso de todos los años: bienvenidos, otro año más aquí, hay fuerzas del mal que quieren matarnos, me satisface a mí y a mi esposa Sofía… vamos, un coñazo. Además presenta a Sillón como nuevo profesor de pociones y demás potingues. Es justamente en esta asignatura, el primer día, cuando llega tarde Harry, pero como es el enchufado, no se le puede poner ni un parte. Allí se hace con un libro “Potingues malos malignos de la muerte. Nivel avanzado.” Que tiene un montón de anotaciones: trucos, conocimientos, hechizos, números de teléfono… De hecho, gracias a los consejos del libro, gana un botecito de “Suerte”. Y esto se lo creen ellos.

Dumbledore queda con Harry en su despacho, le comenta que Sillón fue el profesor de Voldemort y que se enchufe para sacarle información. De paso, Harry mete la cabeza en una ensaladera de los recuerdos y cotillea sobre el pasado del Maligno, que ahora que lo pienso, que sí, que movía cosas sin tocarlas, que dominaba a los animales, que hablaba con las serpientes… pero perdonadme, he visto peores cosas en televisión y no se han convertido en un argumento de cinco películas.

Mientras tanto, el argumento de la saga Potter se desvía entre los entresijos amorosos, ya que la Empollona quiere a Cacique, pero Cacique pasa de ella, de hecho está liado con la Niña Superpop. En cuanto a Harry, esta enamorado de la hermana de Cacique, pero ésta está confusa y se enrolla con otro. Harry sabe que Empollona está por Cacique y Empollona sabe lo de Harry, se consuelan entre ellos. Después todas las niñas se intentan ligar a Potter por aquello de que es el Elegido… vamos, Rebelde Way con varitas.

Pero sigamos con el hilo argumental de lo mágico, porque unos malos malignos de la muerte que cuando vuelan echan humo negro se dedican a hacer lo que hacen los malos malignos, entre otras cosas cargarse la casa de los Weasley y correr por los maizales, incluso creo que en esta secuencia se aprovechó algunas escenas de la película Señales, pero bueno, es una opinión mía.

También, Snape, alias “El Soso”, no he visto un personaje tan inexpresivo desde Chuck Norris o Steven Seagal, hace un trato con la madre del Oxigenao, para que se comprometa a proteger a su hijo. Por no se qué chollo mágico, si no lo cumple, se muere. Una paranoia.

Pero volvemos a Hogwarts, Harry se ha tomado la poción de suerte (extracto concentrado de alrededor de 32 Red Bulls y un café con leche) y convence a Sillón para que se dé un paseo con él. Allí encontramos a nuestro querido amigo Hagrid llorando la pérdida de una de sus mascotillas: una araña gigante. En verdad, era Ella La Araña que había entrado en coma después de “El Señor de los Anillos IV. El Estirón del Hobbit”. Para pasar las penas no hacen otra cosa que ponerse a beber en la choza del grandullón, es en ese momento cuando Harry ataca y empieza a sacarle información, más bien le saca un recuerdo, lo mete en un tubo y después lo ve en la ensaladera de los recuerdos. El recuerdo es una charla entre un mini-Voldemort y Sillón, pero nada… he visto tutorías en mi facultad con más chicha.

Dumbledore queda con Harry de nuevo, Viejo le dice que se afeite. Muy bien, un abuelo al que la pelusilla del ombligo se le enreda en la barba y le dice a Harry que se afeite… eso son huevos, señores. Pues bueno, le informa de que se van a ir de excursión en busca de no se qué maligno para cargárselo y Viejo Chocho le pide que haga todo lo que le diga desde ese momento. A ver, Potter mío, ¿seguro que quieres hacer todo lo que te diga ese hombre? ¿un anciano, con una pulsera de diamantes anudada en la barba, que no ha conocido mujer en 150 años, que tiene una mano desgastada y te dice que es de llevar un anillo?. Harry no se lo piensa dos veces, dice que sí a todo, agarra del brazo a Viejo Chocho, se meten en un vórtice teletransportador del copón y acaban en un islote rodeado de un mar con olas de ocho metros… las más pequeñas; y tú ahora te preguntas, Dumbledore, tú que eres el mago de magos, que puedes hacer lo que te salga de la barba… ¿no había otro sitio para pararse? No sé… ¿algo más seguro? No te digo que te transportes a un chiringuito, pero algo más resguardaíto sí que hay.

Nuestro miope del rayo en la frente y el anciano se meten en una cueva con un lago de proporciones considerables y en el centro del mismo una isleta a la que tienen que llegar, sin embargo, el único medio para llegar a ella es una barca que tiene los mismos niveles de flotabilidad físicos que un monopatín de corcho. Dumbledore, no seas rácano, saca un hidropedal o algo así. Llegan a la isleta y ven una pila, que lo primero que piensas es en que uno de los dos se va a bautizar u algo parecido. Pero no, Harry tiene que obligar al Viejo a beberse toda y no dejar ni gota. El primer sorbo bien, el segundo, pasable, el tercero ya cuesta, al cuarto dice que mejor que no, al quinto Dumbledore está rabiando, al sexto jura que en el séptimo sorbo matará a Potter … al duodécimo a Dumbledore le da vueltas la cabeza mientras canta el “No cambié”, al siguiente… Vamos, un espectáculo de Martes y Trece.

Habiéndose bebido toda la pila, Dumbledore pide un poco de agua a Harry y tú te preguntas “compadre, te has bebido un lavabo de agua, ¿desde cuando no bebes hijo mío?”. Allí que va nuestro protagonista a coger agua del lago, de pronto, le agarra de la mano un monstruo y te das cuenta de que dentro del lago estaba la comunión del sobrino de Gollum. Empezaban a emerger Gollums por todos sitios, uno se abrazó a Potter y lo tiró al agua; Dumbledore convirtió su varita en un lanzallamas y dijo “aquí se va a cagar la perra”. Aquello parecía un anuncio de Burger King… a la parrilla sabe mejor.

Vuelven a Hogwarts y ven que se ha montado el pifostio padre. Los malos malignos del humo negro se han teletransportado a Hogwarts a través del armarito cuco de Draco y quieren cargarse a Viejo Chocho ya que están allí. Harry va a avisar al Soso de que ya han llegado y de que los malos van a cargarse al Viejo. El Soso sube, agita la varita, dice “Abra Cadabra” y tira a Dumbledore por la ventana. ¿Pero qué mierda de final es éste? Juan Tamariz, te dice “Abra Cadabra”, canta “Niaaaanananaaaa”, te hace como que toca el violín y no le han hecho una película. ¿Qué final es éste para Dumbledore? El mago de magos, que puede masticar un chicle en Birmania y pegarlo a los dos segundos en el Coliseo de Roma, ¿y no puede llegar de un ático a la planta baja sin matarse? Venga, vamos, por Dios. Pero no todo queda ahí, ya que todo Hogwarts se reúne alrededor del cuerpo inerte del anciano y encienden las varitas cual concierto de Alejandro Sanz, sólo les faltaba cantar el “Y si fuera ella”.

Y tú, como espectador, que te habías visto las anteriores, que esperabas una batalla sin cuartel entre el bien y el mal, con rayos y fuegos por doquier… y resulta que has visto dos horas de película ¿para que tiren a un viejo por una ventana? No hay derecho. Cómo se nota que el cine está en crisis…

Un saludo queridos discípulos, seguiremos informando.

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