martes, 24 de febrero de 2009

Mi Infancia

Era un frío 20 de Diciembre y se podría decir que nací cansado, en verdad, se podría decir que no nací, sino que me nacieron. Yo estaba tan cómodo allí dentro que tuvieron que entrar a recogerme, que agonía de gente, ¿por qué tanta prisa? A ver, mama, no pares todos los días, disfruta del momento, relájate, el niño ya sabes que lo tienes, deja que el bebé realice su primera decisión de su vida saliendo por su propio pie. Pues no, abrieron a mi progenitora cual hucha y me sacaron. Me enfadé con el doctor que no tuvo otra cosa que cogerme de los pies y azotarme en el trasero hasta que llorara, pero no contaban con mi carácter sosegado. Yo no lloré, hice play-back.

De esos primeros años apenas me acuerdo de mucho, bueno sí, de la primera película pornográfica que vi, tranquilos, no empecé tan pequeñito, fue fruto de una mala programación del canal local. Mis padres, absortos en sus quehaceres diarios, me abandonaron enfrente de aquella caja negra, jugando con mis piececitas y mis dinosaurios, sin embargo, los dibujos animados, de los que pasaba olímpicamente, dieron paso a una especie de aerobic muy extraño, la mujer seguramente tenía agujetas, porque chillaba mucho y se les debía de haber roto el aire acondicionado, hacía mucho calor y estaban los dos desnudos, lo que no me explico es que si hacía tanta calor como para quitarse la ropa, ¿porque hacían gimnasia delante de una chimenea?. No sabe que hacer la televisión con tal de llamar la atención.

Y es que la relación entre la televisión y los aspectos erótico – festivos dieron que hablar en mi infancia. Yo asociaba el telediario a “noticias malas” y en aquella época aún no me había percatado de ciertas reacciones de mi cuerpo; por lo que en los informativos mostraban noticias sobre problemas erección, ilustrando dichas informaciones con distintas imágenes del miembro… más bien… despierto. Yo me sulfuraba, corría hacia mis padres, les gritaba a mis padres que a mí, de vez en cuando, “el soldadito” me daba los buenos días, les pedían que me llevaran al médico para que me curaran de aquel grave mal… sin embargo, mis padres no paraban de reírse a carcajadas cada vez que ocurría dicha situación. Que inocente y tonto era.

Si es que debo reconocer que a parte de cansado, nací tonto. El hecho más representativo de esta característica intrínseca de mi ser, fue la época de preescolar. En todas las clases hay un “meón” que se diferencia del resto de la clase por su incapacidad por retener líquidos en el interior de su cuerpo. Si, yo era el “meón”, tan sólo que yo me distinguía del resto de “meones” por un significante dato, yo sí retenía líquidos… pero demasiado, cuando mi vejiga ya estaba cercana a un superávit del 220%, salía corriendo hacia el servicio, y todos sabemos que la distancia entre el sujeto y el inodoro es inversamente proporcional a las ganas de miccionar, es decir, cuanto menor es la distancia, mayor es la agonía. Y es justamente ese momento, cuando estas delante del retrete, cuando surge un enfrentamiento continuo entre un minipaco y los botones de pantalón que me tenían la guerra declarada. Así que llegaba a la profesora y en un alarde de ingenio decía “Seño, el váter ha vuelto a escupirme”.

De aquella etapa también recuerdo los dibujos que le entregabas a la profesora, y ella se veía obligada a decirte “Oh, mira que bonito, pero tienes que presentarme a tus padres, nunca he visto a unos padres con la cara verde”. Y es que la concepción de la realidad a través mis dibujos, se distanciaba bastante de lo real: mi madre con la cara verde, mi padre con la cara marrón y la barba azul (la distinción entre mi padre y mi madre es que mi madre siempre llevaba coletas y falda, aunque no las hubiera visto en ella en mi cora vida); después me obligaban a pintar mi casa, sin vacilar, agarraba el lápiz y pintaba una casa en la parte más baja del folio, de hecho, si quería poner jardín al dibujo, tenía que pintarlo en el pupitre. Ese hogar estaba constituido por un cuadrado, dos ventanas con rejas en forma de cruz, un triángulo como tejado, una puerta marrón y ahora vienen los tres elementos que más caracterizaban mis ilustraciones infantiles: el sol con cara sonriente saliendo de una nube, un perro en la puerta (sólo he tenido un perro en mi vida, y fue en secundaria) y una chimenea (Córdoba, España, Agosto, 48º C y con chimenea, de puta madre) expulsando un humo constante mientras todos los integrantes del dibujo, estaban fuera de la casa en pantalones cortos; esa era otra característica, todas las personas que salían de mis ceras de colores debían ir en pantalones cortos, aunque estuviera nevando. Ya sé porque nunca dibujaba a la gente con ropa de invierno, mis dibujos no sabían apagar la chimenea. Se nota que me traumatizó bastante mi primera película porno.

Lo que molaba de aquella clase era el momento de enseñar tus dibujos a la “seño”, aquella cola en la mesa de la profesora en busca de unos minutos de gloria ante la clase sin necesidad de recurrir al clásico de hacerte pis en los pantalones. Y allí se me veía, un minipaco de pelo rizado, esperando su turno. La profesora, para evitar peligrosos cortes, había prohibido a sus pequeños alumnos tener sacapuntas, por lo que la maestra tenía uno tamaño industrial anclado en la mesa. Aquí es cuando demuestro mi inocencia, en el momento en el que uno de la clase me informó de que dentro de ese agujero agarrado a la mesa había un caramelo, yo introduje el dedo en busca del manjar y mi “amigo” giró la manivela que accionaba el sacapuntas y me afiló el índice. Ése no volvió a ser mi “amigo”.

A esas alturas de la vida, haces un descubrimiento que te sorprende y que te cataliza la forma de ver el mundo: la cera de color “carne”. Es el objeto más especializado y específico del mundo; sólo sirve para pintar caras (mientras no dibujes a uno de Mozambique), manos y, en mi caso, por llevar pantalones cortos, piernas. No sirve para nada más. No puedes colorear pantalones ni camisetas de color “carne”. Existía cierto trauma cuando, llegado el momento, no encontrabas dicha cera en tu estuche. Te amargabas, te sulfurabas, buscabas en la mochila, debajo de la mesa, preguntabas como un poseso a tus compañeros, ninguno de ellos tenía color “carne”, todos te ayudaban a buscar, la clase se inquietaba, se montaba una revolución… pero la profesora, en un alarde de genio, con tal de apaciguar nuestra ira y frustración, no informaba de que la mezcla de rosa y blanco era nuestro preciado color “carne”. Allí que te veías, como un alquimista cromático, buscando la medida exacta de cada una de las mitades… pero nunca quedaba igual… era un color “carne Mickael Jackson” más bien.

Y es que de pequeño, era tonto, cansado y un desastre ecológico. Hubo una época de mi infancia en la que el recreo carecía de interés. Mis compañeros jugaban al mítico 1x2 que es un juego consistente en, a través de tres toques con una pelota, buscar una excusa para pegarle la paliza de su vida a quien tú quisieras con la aprobación del resto de la clase. Sí, yo era el típico que era “cascarón de huevo” hasta que me tocaba dar tortas y patadas por doquier. Que ricura de pequeñín. Otro juego que ocupaba nuestro descanso era el fútbol con bolas de papel de aluminio, sin embargo, harto de ser árbitro y portería, decidí emprender mi personal cruzada contra la indecencia de los dueños de los animales. Yo pensaba que todas las criaturas de Dios que me encontraba por las esquinas eran animalitos que habían sido olvidados por sus descuidados dueños. Y ahí tenemos a Paco para hacer justicia, dar cariño y adoptar a todo aquello que se pusiera en su camino. Lo malo es que tenía serios déficit de memoria y eran frecuentes las persecuciones en mi casa por culpa de que se había roto otra lavadora por otra lagartija muerta atascada en el filtro. No tenían consideración.

Debo confesar que mi particular campaña ecológica no sólo se refería al ámbito zoológico, sino también al botánico. Mis padres son unos amantes de las plantas, tan sólo que hacen crecer plantas infructíferas (rosas, margaritas, pensamientos, geranios… y demás plantitas con colorines). Por lo que las persecuciones por mi casa se volvían a repetir cuando se percataban de que aquello que crecía de la maceta de rosas no era un esqueje, sino una mata de garbanzos o aquellos que mató a los geranios era un pino.

Después pasé a ser un poco más maduro... o no, pero eso… es otra historia…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Queremos más paco!!!! no tardes en seguir dando entregas!!!! que me meo de la risa!!!!!

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