martes, 10 de marzo de 2009

Otros Tiempos

Hola queridos discípulos, bienvenidos otra semana a mi evangelio. En verdad, se puede decir que estoy trastornado, el otro día fui a visitar a mi abuela, dicho hecho no es el acontecimiento que incomoda mi interior, sino que me estuvo contando batallitas de las suyas, de esas de historias que sólo tienen sentido en los almuerzos invernales, con los pies metidos en el brasero y tazón de sopa en mano.

Me contó parte de su juventud en Écija; aquellos veranos en los que se juntaba la familia al completo para dar un paseo. Sin embargo, en esa familia, por una extraña costumbre, existía una no-oficial competición en la que se debía tener el mayor número de hijos posible; mi querida abuela me comenta que ganó un tío suyo que tuvo la friolera de 21 hijos, es decir, el equipo de fútbol con suplentes y todo. Vamos, las doce tribus de Israel se quedaban cuatro gatos mal contados.

Siguiendo esta regla, medio pueblo pertenecía al árbol genealógico de mi abuela. De hecho, cada vez que daban un paseo todos juntos, llegaba la policía y los dispersaba. Sin embargo, aquellas fiestas rurales, no cabe la menor duda, de que eran las más inocentes del mundo. Siempre sobrevolaba el peligro de haber estado invitando a bebida y comida toda la noche a una chica y después resultar que se trataba de tu prima.

Y es que aquellos eran otros tiempos. Tiempos en los te acostabas en colchones rellenos de hojas de maíz e intentabas dormir entre crujir de vegetales y vértebras.

Muchas veces, me paro a reflexionar y pienso “¿Qué historias contaré a mis nietos?”. Seguramente les narraré aquellos paseos por el campo con mi abuelo, en los que me quedaba extasiado observando los renacuajos en los arroyos y mi abuelo me presionaba para capturar un cangrejo escondido debajo de una piedra. Yo tenía miedo ante inminente batalla, un humano y un crustáceo, a los hombres (tomado como sustantivo genérico), Dios nos dio cerebro y a los cangrejos, pinzas. ¿Cómo pretende Dios que nos defendamos de un cangrejo? ¿A cabezazos? Si es que aquí se ve que el mundo se hizo en una semana y a tropezones, si Dios nos hubiera querido meter en el primer escalafón de la evolución, nos habría puesto garras, cuernos (algunos ya han evolucionado más que otros), aguijones, alas y, sobretodo… pinzas. Seríamos lo más parecido a un monstruo de los Power Rangers, pero podríamos enfrentarnos a todo lo que nos saliera de… el aguijón.

Sí, mi abuelo se encargó del cangrejo asesino, pero es que yo me encontraba en clara desventaja.

Debo confesar que de pequeño daba bastante guerra a todo aquello que me rodeaba. Era el típico niño que parecía un angelito y tranquilo, y cuando te querías dar cuenta, sí, estaba tranquilo… pelando al perro con las tijeras del pescado. Mis abuelos no son una excepción. Aún recuerdo aquellos momentos en los que sentaba a todas las muñecas de mis primas y me montaba mi restaurante con un par de cajas de cartón en una esquina del patio. Debo confesar que mis clientes venían a mi imaginario local por verme o por el ambiente; el menú no era muy variado: de primero, macarrones crudos robados a mi abuela; de segundo, pescado o muslo de pollo de plástico con guarnición de vegetales fugaces (fugaces por el hecho de que eran trocitos de plantas de las macetas y duraban lo que tardara mi abuela en darse cuenta y perseguirme por el patio)… Si se llegaba al postre con éxito, se ofrecían porciones de roscos o galletas entre los distintos comensales, aunque después se lo dejarán sin tocarlos y un servidor tuviera que dar cuenta de ello. En verdad, mi glotonería no era ningún defecto para los progenitores de mis padres, de hecho, me ofrecían todo tipo de manjares… ummm… aquellas croquetas, aquel trozo de tortilla que sobró del almuerzo y que tu abuela te lo daba para merendar en bocadillo, aquel trozo de morcilla que tu abuelo te daba a escondidas (bueno, te lo daba a escondidas porque lo habías pillado, el que estaba a escondidas era él, pero era nuestro secreto, un secreto que nadie debía saber… y mucho menos, su médico y mi abuela)… en esos estadios de tu vida en que uno no sufre sobrepeso, está “fuerte”. Después todo cambió, en el momento en que los envoltorios de las magdalenas se podían encontrar por cualquier rincón, cual gincana hipercalórica.

Mi abuelo también tenía un molinillo para triturar cereales para dar de comer a su manada de canarios. Cada vez que lo visitaba, me dedicaba a triturar grano con ahínco, de hecho, no me percaté de que tenía dos brazos y acabé en un fin de semana como Hellboy.

Pero todo era parte de un conjunto de estudios para conocer este mundo, como por ejemplo, la vez que apliqué el efecto dominó en la vida real, hice una hilera de fichas de dominó por todo el pasillo. Una ficha tiraba a otra, ésa a la siguiente... así hasta tirar a mi abuelo. Bueno, no fue así, en realidad, mi abuelo tropezó con una ficha y la gravedad hizo el resto. No fue la forma más idónea para explicar el fenómeno, pero el resultado fue el mismo, así que se quedó verificado el proceso. Siguiendo este esquema, resultaría gracioso explicar el efecto mariposa, pero me alargaría demasiado. Todavía sonrío cuando visualizo a mi abuela corriendo por toda la casa matando polillas.

Para terminar, no se si soy un buen nieto, al igual que no sé si alguien querrá escucharme cuando “mi tiempo” sea “otros tiempos”…

1 comentario:

quien sabe dijo...

seguro que has sido un buen nieto,y lo de contar futuras historias a tus nietos que no te preocupe,seguro que se parten el culo escuchandote y piden mas sin pensar que son propias de una fria tarde de invierno...
Cuando me pongo a leer las cosas que se te ocurren me doy cuenta de que me proporcionas muchos buenos ratos,y me da pena terminar de leer porque "toavia"me cabe mas risa.
Hasta la proxima,maestro!

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