sábado, 7 de noviembre de 2009

"PACO" ES MI NOMBRE, "MIEDO", MI APELLIDO.

Muchas veces te sientas tranquilamente, inspiras, expiras e intentas buscar una razón para dejar de estar tumbado en el sofá. Las ideas se te agolpan en la cabeza como una mera confusión de melodías sin concluir y piensas en misterios que nunca te paraste a pensar, como ¿por qué en los Cuatro Fantásticos aparece Jessica Alba y la hacen invisible? que lo hagan con la Cosa me parece mucho más acertado. O una pregunta que me atormenta en esas horas ¿por qué el Chef Tony corta con sus Cuchillos Corte Mágico una lata? ¿No sería más factible que el dinero de los cuchillos lo invirtiera en comprar comida más blanda?
Con el mismo sentimiento reflexioné la semana pasada, mientras transcurría la famosa noche de Jalouín. En la televisión se sucedían los especiales de dicha noche de los Simpsons, Iker Jiménez disfrutaba de su momento anual de gloria y los de la teletienda seguían vendiendo "mueve-michelines" con modelos que no necesitaban nada de eso. Viendo el panorama, decidí apagar mi querida caja tonta y pensar sobre el concepto del miedo.
Yo era aquel niño que pasaba las noches paseando por la habitación de sus padres, como si de una trinchera antifantasmas se tratara, sin hacer ruido, agarrado a su peluche sin nariz ni un ojo, esperando a los primeros rayos de luz o que alguno de mis padres se despertaran para convencerme de que en mi casa no podía introducirse ningún ser por la noche y yo les recriminaba a mis padres que cómo era posible que la casa seleccionara no dejar entrar a fantasmas y sí dejaba entrar a los Reyes Magos... con razón la limpiaban tanto, había que tenerla contenta. En cuanto a los fantasmas, más tarde me di cuenta de que los únicos fantasmas nocturnos son aquellos que llevan dos copas de más, no pueden mantenerse en pie, tienen que hacerse oftalmólogos para saber que las mujeres tienen ojos, son felices y dan vergüenza ajena.
Desde pequeño, pensé mucho sobre el significado de la palabra en cuestión ya que mi carácter era de tendencia miedica. El miedo no deja de ser una especie de incertidumbre hacia una situación futura en la que no sabes que pasará, por ello, si ya sabes lo que va a pasar, no hay cabida para el miedo. En el momento que formé mi teoría, mi miedo empezó a desvanecerse de mi vida. De todas formas, esta filosofía se complementaba con mi segunda tesis de "si ves algo que puede salir mal, lánzate... seguro que algo sale bien".
Mi vida mejoraba bastante cada noche, mi capacidad para dormirme aumentaba claramente hasta llegar al punto de ser el "camainómano" empedernido que soy. Mis padres se recrean contándome hazañas en las que debería haber perdido el control y haber gritado como Juana la Loca, por ejemplo, una noche el suelo de Córdoba tembló y mis padres me despertaron, cogieron a mi hermano pequeño y salieron de casa. En la calle, todo el vencindario se reunía para hacer recuento de daños y perjuicios, pero ¿dónde estaba Paquito? Mi padre, en un acto heroicidad desmedida, entró en mi hogar súbitamente en busca de su otro hijo gritando su nombre... un "que ya voy" le dirigió hacia le cuarto de baño y allí estaba yo, orinando, con el pantalón del pijama por los tobillos y los ojos todavía dormidos. Mi progenitor me reprochó que no hubiera salido en el momento y yo le argumenté que me resultaba indecoroso orinar en la calle, además si se hubiera caído la casa encima mía, me parecería incómodo aguantar escombros y una vejiga llena. Siempre me he preguntado por qué cada vez que había un corte de luz salíamos todos los vecinos a la calle, lo más atrayente del caso no es que salgamos, sino que nos preguntamos entre nosotros si se nos ha ido la luz... ¿acaso hay otra cosa mejor que hacer a las doce de la noche que salir con una vela y en pijama a la puerta de tu casa?
Sin duda alguna, la situación que más me ha erizado los pelos del brazo izquierdo fue una tarde solitaria. De pequeño, mis padres me regalaron un muñeco de grandes dimensiones con apariencia de abuelo, si le metías un pequeño disco por la espalda, te relataba con voz agradable el cuento de Pinocho. Ya sabéis que ocurre con los juguetes de la infancia... con el paso de los años se abandonan, hasta que llega tu hermano, decide que el muñeco tiene miopía, usa un bolígrafo para la intervención y el resultado se muestra mediante un muñeco con las cuencas oculares al aire con cierta apariencia satánica. Pues ya que os ofrecido dicho conocimiento del entorno os cuento la anécdota. Situaos, una tarde solitaria, un pequeño Paco haciendo las cosas que hacen los pacos y comienza a escuchar pequeños murmullos. Agarra la mejor arma que puede encontrar, es decir, una percha y comienza a recorrer la casa en calcetines para que el intruso no se percate de su presencia, que ahora que lo pienso, si hubiera tenido la oportunidad de encontrar al sujeto por la espalda ¿qué hago? ¿le cuelgo la chaqueta para que no se le arrugue? Mi mente comenzaba a jugarme malas pasadas, pensaba incluso que pudiera ser un fantasma, me extrañaba ya que apenas eran la seis de la tarde, aunque desconocía las normas del sindicato de fantasmas en cuanto a la jornada laboral, podía estar recuperando horas. Los armarios entreabiertos me llevaban a la locura, los abría con la percha y me cercioraba de que no hubiera nadie dentro. A medida que me acercaba a mi habitación, los murmullos se hacían más prominentes, la puerta entornada me daba paso a un escenario escalofriante, los rayos que traspasaban la persiana rebotaban en aquel muñeco que hablaba el lenguas muertas, sólo esperaba que le empezara a dar vueltas la cabeza... me aproximaba a aquella fuente de terror con curiosidad y lo golpee hacia el lado con mi arma contundente y allí estaba la culpable de todo... una pila mohosa casi gastada que daba el alma a aquella pesadilla. Sin energías, el muñeco volvió al letargo del que nunca debió despertar. Todavía me pregunto ¿por qué se accionó aquel muñeco justamente aquella tarde, después de años de silencio? Días después, me deshice del juguete, no de la forma de las que nos deshacemos de las cosas viejas, es decir, asilos y garajes, sino acabó en un contenedor de inertes... todavía sigo esperando a que vuelva para cobrarse su venganza... aquí lo esperaré con la percha en la mano.

Y a vosotros... ¿qué os ha pasado?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

JAJAJAJA PAco que grande XDXD yo tuve una experiencia peor y es que me di cuenta que de pequeña habia sido víctima de acoso por uun peluche pederasta.
Unos reyes me trajeron un peluche que se llamaba bubba que le paretabas la mano y hablaba , bueno pues unas de sus mejores frases eran " ven aqui " "abrazame, abrazame fuerte abrazame mas.... y ahora que estamos dormiditos... buuuuuuu ano te lo esperabas" ... en fin y otra serie de comentarios por el estilo, lo grave es que en su momento no me traumatizo y yo lo abrazaba y le iba haciendo todo lo que me pedia, pero cuando de mayor le puso las pilas... me di cuenta de lo que habia sido victima,
un beso Paquitooo
Lala

quien sabe dijo...

una percha,un lápiz sin punta...que mas da el tip de "arma" para matar al miedo.
Yo vivia en una aldeita en la que n era extraño mirar por las ventanas de noche para ver a los lobos pasear buscando algo que echar a la panza.Me asustaban los aullidos,y tb lo que pudiera esconderse bajo la cama.
Con el tiempo los miedos se transforman,adoptan otros matices y formas,pero pienso que siguen por ahi,en algun sitio de nuestro interior...
La risa mata al miedo,y tu contribuyes bastantisimo a esos suicidios colectivos de fantasmas del pasado (y del presente...)

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